Música
Vecinos contra Mad Cool, otra batalla por el derecho a la ciudad frente al negocio de los festivales

La instalación en el distrito madrileño de Villaverde de un recinto para festivales de música enfada a quienes viven allí, que alertan de las molestias que van a tener que soportar. El Mad Cool, a principios de julio, supondrá la primera prueba a su resistencia y un ejemplo más del impacto sobre la ciudad del modelo de macrofestivales.
Madcool 2022 - 2
Entrada del festival Madcool en la edición 2022. David F. Sabadell

El 28 de abril se formalizó un contrato privado para el patrocinio del festival de música Mad Cool, que se celebrará en Madrid entre los días 6 y 8 de julio. Uno de los muchos que este festival ha firmado, pero uno especialmente relevante. Adjudicado mediante el procedimiento negociado sin publicidad por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid, este contrato otorga casi un millón de euros a la empresa Mad Cool Festival S. L., organizadora del evento y la única que se presentó a la licitación. Un importe neto para la empresa de 900.000 euros por publicitar a la Comunidad de Madrid mediante la inclusión del logotipo y la marca CAM en la gráfica y comunicaciones del festival y por algunas acciones promocionales como bautizar uno de los escenarios o incluir en el recinto un espacio de información turística.

En el informe con el que la CAM justificó en febrero la necesidad de financiar el Mad Cool con esa partida de dinero público, el Director General de Turismo, Luis Martín Izquierdo, firmante del texto, recordaba que uno de los objetivos de su cargo es aumentar el número de turistas que llegan a la región y los ingresos por ellos generados, estableciendo como línea estratégica la mejora del posicionamiento de la Comunidad de Madrid como destino turístico. Para ello realizan actuaciones de comarketing con el sector privado “especialmente en aquellos eventos y espectáculos de elevado potencial de atracción de un turismo de alto valor y rentabilidad que se celebren en la región y que contribuyan a la desestacionalización”. Para acreditar el “interés público” que lleva a la CAM a contratar con Mad Cool, el informe alude a las cifras: 312.000 personas pasaron por el festival en 2022, una de cada tres llegada del extranjero, principalmente de Reino Unido, Francia, Irlanda, Estados Unidos y Alemania. Se trata de una mirada cuantitativa, y seguramente interesada, que obvia las repercusiones más difíciles de contabilizar que la apuesta institucional por este modelo de ocio supone para la ciudad, su tejido cultural y quienes no están de paso sino que viven en ella.

La edición 2023 de Mad Cool, cuyos cabezas de cartel son Robbie Williams, Mumford & Sons y Red Hot Chili Peppers, tendrá lugar en un nuevo emplazamiento, denominado Nuevo Recinto de Festivales de Madrid. Ubicado en el distrito de Villaverde, entre la carretera M-45 y la calle Laguna Dalga, en la Colonia Marconi, este proyecto no ha sido bien recibido por los vecinos de la zona, que alertan de la cercanía de las viviendas —a menos de 500 metros—, el excesivo ruido que ocasionará y los problemas de movilidad y acceso a un evento al que asistirán más de 80.000 personas en cada una de sus jornadas.

En octubre del año pasado nació la plataforma Stop Espacio Mad Cool, integrada por vecinos de Villaverde y Getafe Norte, barrio de Getafe limítrofe con Villaverde, afectados por esta iniciativa que la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, anunció en julio como un proyecto estable, no solo para la celebración del festival Mad Cool sino otros eventos e incluso la creación allí de una Ciudad de la Música, con espacios de producción musical y salas de ensayo. Para la plataforma, supone un “atropello al descanso, bienestar y salud de los barrios del sur de Madrid”. De momento, según afirman los vecinos, las obras que se están llevando a cabo son “de alisado del terreno, el Espacio consiste en un simple vallado, la instalación de carpas, césped artificial y escenario, no hay tabiques ni ladrillos, es un terreno agrícola con licencia provisional en el que no se puede construir ninguna estructura fija, al menos en los próximos dos o tres años, hasta que se apruebe el plan parcial”. En la web esmadrid.com, la página oficial de turismo de la ciudad de Madrid, ya aparecen en agenda otros dos eventos a celebrar allí, además de Mad Cool: el concierto de Harry Styles el 14 de julio y el Reggaeton Beach Festival los días 22 y 23 del mismo mes.

Stop Espacio Mad Cool lamenta que ningún responsable político de Madrid les haya atendido y que la Junta Municipal de Distrito no les haya facilitado ninguna información del proyecto, pese a haber realizado peticiones formales. En cambio, sí han sido recibidos por el Ayuntamiento de Getafe “y ha habido buena sintonía hacia el problema que se nos viene encima en toda la zona”. También se han reunido con los promotores de Mad Cool para trasladarles sus preocupaciones y tienen constancia de que el Ayuntamiento de Getafe ha hecho lo propio con el festival y con Villacís, “sin haber conseguido información clara sobre el proyecto que quieren realizar dado que alegan que es competencia municipal del Ayuntamiento de Madrid y no tienen por qué dar información a Getafe”. La plataforma consiguió llevar el asunto al Pleno Municipal de Getafe, donde todos los partidos políticos, con excepción de Ciudadanos, votaron en contra de la ubicación de este espacio. Sin embargo, puntualizan que después de ese Pleno “no ha habido colaboración por parte del PP de Getafe para intentar mediar en el conflicto”. Si sobre el Nuevo Recinto de Festivales de Madrid hay poca información, tal como denuncia la plataforma, lo que se conoce sobre la futura Ciudad de la Música entra en el terreno de la fantasía y en Stop Espacio Mad Cool dudan que llegue a existir.

El agujero negro de la música

Cuando en julio Villacís anunció que Mad Cool continuaría en Madrid, dejó una frase para el recuerdo: “Mad Cool es Madrid y viceversa”. Unos días después de esa declaración, las quejas del público asistente a la edición 2022 del festival se centraron en las opciones de transporte para el regreso después de los conciertos, en el recinto Valdebebas-IFEMA. La organización privilegió a Uber, patrocinador destacado del evento, frente al servicio de taxis, a los que impidió acercarse a la entrada principal, con lo que se pagaron hasta 100 euros por un trayecto de vuelta, dado que los VTC no tienen una tarifa regulada sino que fijan el precio en función de la demanda y los vehículos disponibles. Ese verano fue muy convulso en los festivales de música, con numerosas cancelaciones a pocos días de su celebración y denuncias por el trato que recibe el público en estos eventos, la falta de atención y los deficientes servicios que prestan, también por los abusos en las condiciones laborales de quienes trabajan allí. Fue un punto de inflexión, la confirmación de algunos síntomas evidentes desde hacía tiempo de que ese modelo de negocio tiene zonas oscuras que conviene aclarar. Pero las cifras parecen taparlo todo y hablan de una industria boyante, en recuperación, que cada año supera la asistencia y venta de entradas del anterior. El Primavera Sound de Barcelona alargó su programa durante dos fines de semana en 2022 y pudo presumir de más de medio millón de asistentes. Otra cuestión es cómo fueron tratados, qué conciertos pudieron ver, a qué precio y cómo afectaron esos diez días de fiesta al lugar donde se celebra.

“Lo peor que han hecho las administraciones ha sido entender, asumir y propagar la idea de que la música debe ser cuantificada económicamente. Cuando a principios de siglo se empezaron a hacer estudios de impacto económico de los festivales musicales, se tradujo la música en impacto económico. Ahí entra el tema del turismo porque en un país en el que realmente no hay tanta gente interesada en la música la única manera de hacer rentables estos macroeventos es traer público de otros sitios. La idea de música asociada al turismo es una perversión impulsada desde las administraciones: hace que quien quiere montar un festival lo haga desde esta perspectiva”, opina el periodista cultural Nando Cruz, quien acaba de publicar Macrofestivales (Península, 2023), un completo ensayo sobre el desarrollo de los grandes festivales de música en España durante el último cuarto de siglo y las consecuencias de su implantación. También sobre el papel jugado por las administraciones públicas en esa evolución por la que los festivales han acabado siendo a la música algo parecido a lo que los cruceros son al turismo.

En su opinión, ha de existir una intervención pública en el sector cultural para fomentar y garantizar el derecho y el acceso a la cultura y a la música, pero no entiende que los festivales sean el agente a reforzar para que eso ocurra. “Creo en la música como una actividad que nos acompaña a lo largo de la vida y que tenemos que poder disfrutar a lo largo de la vida, no un fin de semana al año. Es más útil, más humano, más de proximidad, fomentar desde lo público circuitos y espacios que pueden funcionar todo el año y a los que se puede asistir de forma natural”. Cruz, veterano en la prensa musical, considera “muy equivocado” criminalizar espacios musicales “que programan todo el año y cerrarlos porque no están bien insonorizados, por ejemplo, y al mismo tiempo destinar millones de euros para que se celebre un festival durante tres días en la ciudad para un público que, a menudo, no es de la ciudad”.

“Los macrofestivales no han cambiado la industria musical, simplemente han entrado en el carril por el que funciona el capitalismo en el mundo del ocio”, resume el periodista Nando Cruz

Con el subtítulo “El agujero negro de la música”, el libro ofrece un pormenorizado recorrido por algunos de los macrofestivales —FIB en Benicàssim, Primavera Sound en Barcelona, Sónar también en Barcelona, Doctor Music en los Pirineos, Arenal Sound en Burriana, Mad Cool en Madrid, Viña Rock en Villarrobledo o BBK Live en Bilbao— que se han instalado de manera prácticamente irreversible como la única forma de consumir música en directo —y una determinada música, ya que Cruz asegura que han llegado a definir el sonido festivalero, excluyendo lo que se sale de esa fórmula—, aunque en ellos la música sea poco más que un adorno que suena de fondo. Con profusión de ejemplos, anécdotas y entrevistas, Cruz cuenta cómo en apenas 25 años algunas iniciativas surgidas como opciones de ocio al margen, para disfrutar de la música y de un cierto sentido de comunidad, han desarrollado un fuerte músculo empresarial y adquirido experiencia para convertirse en gigantes que asfixian el circuito musical de la ciudad en la que se instalan, chantajean a los gobiernos municipales y autonómicos para que les inyecten cada vez más fondos públicos, no se preocupan por la comodidad de sus clientes y no generan un público interesado por la música sino uno adepto a los festivales. “No han cambiado la industria musical, simplemente han entrado en el carril por el que funciona el capitalismo en el mundo del ocio”, resume el autor, cuya intención es provocar que quien lea se haga preguntas sobre cómo consume música y por qué. “Como empresas que son, los macrofestivales se ven atrapados en espirales de crecimiento desorbitado, sin freno. No reflexionan en ningún momento, ni se lo plantean. Y entonces otras instancias tienen que tomar decisiones por ellos, como el Ayuntamiento de Barcelona que ha impedido que el Primavera de dos fines de semana se instaure a futuro”, comenta Cruz. Este año, el Primavera Sound no durará diez días pero sí se celebrará en Barcelona, del 31 de mayo al 4 de junio, y en Madrid, del 8 al 11 de junio. El impacto de este festival en el entorno del Parc del Fòrum —donde también están instalados otros macroeventos—, en los barrios del Besòs i el Maresme y La Mina, es analizado por Nando Cruz. Sus vecinos, dado el precio de las entradas, rara vez pueden acceder a un espacio público en el que se celebran cientos de conciertos multitudinarios al año, al lado de su casa pero de alguna manera vetado para ellos, que dos décadas después de la inauguración del parque siguen estando tan excluidos como entonces.

Culturas
Macrofestivales Dopaje de ayudas públicas, elusión de impuestos y precariedad laboral en Last Tour
VV.AA.
Last Tour, la promotora del festival BBK Live, recibe millones públicos todos los años, subcontrata mano de obra barata y tracciona una cultura vasca cada vez más acrítica.

En las páginas de Macrofestivales se lee cómo, en mayor o menor medida, en estos grandes festivales se encuentran algunas de las cosas que hacen del mundo un lugar peor —impacto en el territorio, implantación de un monopolio que arrasa con el tejido cultural existente, explotación laboral, indefensión del cliente frente a la empresa, utilización de recursos públicos para eventos privados de empresas con beneficios—, a las que hay que añadir la entrada en el negocio de los fondos de inversión. En 2018, un fondo estadounidense compró el 29% de las acciones del Primavera Sound y otro se hizo con la participación mayoritaria en la propiedad de la empresa que organiza el Sónar. Para el periodista, esto supone la pista definitiva de que la burbuja no va a estallar sino que va a seguir hinchándose. “Cuando una gentuza que se dedica a ver dónde invertir dinero para sacar más tajada decide que uno de esos sitios son los macrofestivales de música en España, eso quiere decir que la burra va a seguir dando dinero. No veo vuelta atrás”, reconoce Cruz, quien asegura no tener un solo argumento para defender estos macroeventos: “El único es que los macrofestivales, por desgracia, son muchas veces el único sitio en el que ver en directo a determinados artistas. Pero es asumir una derrota, claro”.

El festival del coche ardiendo

Sin embargo, Cruz sabe que hay otros escenarios posibles. Así se llamó una serie de artículos que publicó en los que exploraba conciertos y actuaciones musicales fuera del marco impuesto por la hegemonía de los festivales. “En todas las ciudades —recuerda— hay espacios para disfrutar de la música en vivo y hay gente que lo disfruta porque se han desentendido de los festivales, porque no les gusta esa forma de consumir la música o porque no tienen dinero para comprar el abono. Los macrofestivales son modelos de consumo musical que tienen todo a favor, no solo por las administraciones sino por interés de marcas que engullen a los artistas más potentes. Pero la música es una necesidad del ser humano y hay mucha gente que disfruta de la música en vivo fuera de los festivales, y esto va a pasar toda la vida, no creo que estos puedan exterminar otros tipos de consumo de música en vivo”.

En 2005, la edición número 12 de Festimad, primera en el Parque de la Cantueña, en Fuenlabrada (Madrid), dejó un coche de uno de sus patrocinadores apedreado y volcado y otro quemado. Una barra fue asaltada por el público durante la suspensión de cuatro horas en la segunda jornada, ocasionada por el cierre de un escenario mal montado cuyo techo se había levantado por los aires tras una racha de fuerte viento. El descontento de los asistentes con la organización del festival se manifestó sin maquillaje. Festimad fue uno de los pioneros de los grandes festivales musicales en España desde mediados de los años 90 y su historia anticipó lo que ha sucedido posteriormente en la evolución de estos eventos. También fue pionero en recibir cierta crítica y resistencia a los comportamientos de los festivales y su modelo de ocio. Desde 1997, en el Centro Social Okupado La Casika, en Móstoles, se celebró Festikmaf, una feria autogestionada con grupos locales y discurso antiautoritario y antifascista, que coincidía con la fecha en la que en el parque de El Soto de la misma localidad tenía lugar el Festimad. Otros escenarios, claro está, son posibles.

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