Música
La música de BFlecha destruye el fondo buitre BlackRock y suena a futuros mejores

Imaginar es el primer paso para que una posibilidad se convierta en real. En su tercer disco, BFlecha aporta pistas para invertir el apocalipsis que parece inminente.
BFlecha
BFlecha ha publicado su tercer disco, ‘ExNovo’. Foto: White Dog Studio.

He aquí un disco con sustancia: ExNovo de BFlecha. Un muestrario de cómo el pop actual puede ir más allá de lo superficial y también una colección de canciones diseñadas con las herramientas de hoy para acercar el mañana. Su autora, nacida “en el planeta Tierra en el siglo pasado”, cree que es importante tener “imágenes mentales de cómo va a ser el futuro de manera afirmativa” porque eso nos ayuda en el día a día del presente. Y una de esas imágenes la aporta el vídeo de la canción “Zaï” en el que sugiere la destrucción de BlackRock, el fondo de inversión más grande del mundo, la tercera potencia global si fuese un país y el principal accionista del Ibex35. Si la cultura ha de ser llave, que abra puertas como esta.

ExNovo, el tercer disco largo de BFlecha —“es como un avatar para expresar a través de la música cosas que igual con palabras no soy capaz”, explica Belén Vidal sobre su alias—, tiene algo de aquel encuentro entre las cuerdas y los beats, con envoltorio ecologista, que fue Biophilia de Björk. También de la indagación en la canción de autor del siglo XXI que lleva a cabo Abel Hernández, El Hijo, en sus últimos discos. Pero ella arquea las cejas al escuchar estos nombres y prefiere hablar de r’n’b deconstruido, destacar el trabajo de producción de su habitual socio Mwëslee, y valorar la influencia sobre sus creaciones del jazz dislocado de Sun Ra o el cine de Pasolini y Tarkovski. También menciona la frustración, uno de los motores que ha inspirado este trabajo.

En las canciones de ExNovo suenan gaitas y sintetizadores granulares, se confunden la pista de baile y la biblioteca, se mezclan el pop y la vanguardia, y persona y máquina se integran tratando de mostrar que la convivencia entre diferentes puede ser fructífera para el bienestar de la comunidad, no solo para los intereses de unos pocos. Y no solo en la música.

En su libro Seguir con el problema (consonni, 2019), la bióloga Donna Haraway hibridó la utopía con el hecho científico y el relato de pequeñas experiencias que proponen la interdependencia entre las distintas especies que habitan el planeta para resolver el problema de cómo vivir bien cuando la casa común se está yendo a la mierda. Una de las canciones de ExNovo ha servido de banda sonora en la pieza audiovisual “Camille & Ulysse” de Diana Toucedo, precisamente con Donna Haraway y la filósofa Vinciane Despret, que se ha podido ver en la exposición Ciencia Fricción en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Allí actúa BFlecha el sábado 30 de octubre, en el marco del festival SónarCCCB 2021.

Aunque aparenta ser un trabajo individual, el proyecto de BFlecha tiene mucho de colectivo. Arkestra Discos, el sello discográfico que lo publica, muestra ese carácter que ella valora como muy importante. “Hay un intercambio y se llega a otras cosas que no se te ocurren, inesperadas. En estos tiempos que vivimos, cuando estamos cada vez más aislados, trabajar con gente me hace sentir bien”.

¿Podría un robot hacer la música que hace BFlecha?
[Risas] Depende. Si hubiese una singularidad y ese robot tuviese consciencia, quizá podríamos considerarlo como un ser. Pero en el caso de las máquinas, tal como sucede en este momento, no lo creo. Al final, las máquinas están programadas por humanos, incluso los algoritmos, a los que marcamos los caminos por los que tienen que ir. Así que ahora mismo yo diría que no.

¿Qué te parecen esas propuestas de música hecha por Inteligencia Artificial?
La tecnología está ahí como una herramienta, es muy interesante. Gracias a ella podemos hacer cosas que de otras maneras no podríamos, desde el autotune a… Te facilita las cosas, pero creo que es importante lo que hay detrás, la idea que se quiere transmitir, la intención, la manera de hacerlo. La tecnología en sí, sin lo otro detrás, no es la solución.

El arte, no solo hacer música, es una manera de buscar, y para que haya arte tiene que haber una persona que tenga esas dudas, esas inquietudes

¿Es posible desligar lo humano de la creación musical?, ¿podría haber música hecha sin seres humanos detrás?
Sí, ya hay propuestas de máquinas que las programan y hacen música y me imagino que las multinacionales se estarán frotando las manos. Pero creo que, hasta ahora, siguen estando los humanos detrás, guiando. El arte, no solo hacer música, es una manera de buscar, y para que haya arte tiene que haber una persona que tenga esas dudas, esas inquietudes.

Una de tus intenciones es combinar lo orgánico con lo digital.
La idea es crear un híbrido entre lo natural y lo tecnológico, haciendo una metáfora de la tecnología como si estuviera al servicio de la vida. Me gustaría que la tecnología se usase para lo colectivo, para la vida, para el bienestar de lo común en vez de para los intereses de unos pocos. Y en la música intento reflejar eso: cómo integrar lo digital, desde los sintes granulares, con sonidos naturales de caracolas, piedras, y que formen un conjunto que respire con los ciclos de la vida.

En una entrevista en 2013 decías que tu idea era crear algo con un lenguaje musical contemporáneo pero que, al mismo tiempo, tenga un carácter propio, de Galicia. ¿Sigues teniendo esa idea?
Sí, en este disco —y en una canción del anterior— hay una intención de trabajar y explorar los instrumentos de proximidad pero liberándolos del peso de la tradición, trayéndolos a lo contemporáneo de una manera integrada. Quiero buscar una sonoridad de instrumentos orgánicos pero con texturas digitales y también liberar la música electrónica de la cuadrícula, hacer unos ritmos más elásticos. Incluso en las letras, liberarlas del formato de canción pop.

Sobre la identidad, creo que está bien buscar de dónde viene cada cual, explorar las raíces, porque en esta época global que vivimos las identidades están borrosas, pero a la vez no crear categorías que diferencian sino que debería ser algo para unir.


En el vídeo de “Zaï” fantaseas con la destrucción del fondo buitre BlackRock y cantas que “los que no tienen nada se vuelven contra ellos mismos mientras los otros se hacen más fuertes”. Es una imagen poderosa en una letra un tanto claustrofóbica en la que repites que no hay donde ir, que no hay escape, pero también hay una afirmación sobre quedarse.
Es una canción en defensa de la tierra y también una búsqueda de un apocalipsis inverso, de crear justicia. Hay tantas distopías a las que nos hemos acostumbrado... En este vídeo triunfa la vida y se destruye la roca negra. Es importante tener imágenes mentales de cómo va a ser el futuro de manera afirmativa, eso nos ayuda en el día a día del presente. Si ya tenemos esas construcciones pesimistas de “no hay nada que hacer”, parece que nos estamos entregando. Pensar de la otra manera es una inspiración y te da energía para seguir.

Mientras los de Silicon Valley están intentando irse a Marte y buscar allí otra colonización y seguir expoliando, lo que quiero decir es que para qué queremos ir a otros planetas, qué estamos buscando si aquí hay millones de especies... El paraíso se supone que es este, está aquí, los animales que hay, los colores… pero no nos damos cuenta, y lo de quedarse es una llamada a implicarse, a asumir responsabilidad por la casa común que compartimos y la identidad también común. La identidad tiene que surgir para buscar esos puntos en común.

¿Qué te inspiró para las letras de este disco?
La vida, el día a día, y, sobre todo, las frustraciones. Ver cómo las cosas están pensadas, todo está ya indicado para que vayas por donde debes ir, y pensar que ese camino no te hace sentir bien. Eso es la canción de “Blázares” que habla de la frustración, la rabia, el enfado y sentir que no puedes seguir alimentando esas pasiones negativas y hay que reconducirlas para intentar hacer algo. Con actos pequeños y en lo cotidiano se pueden ir transformando las cosas. También hay que juntarse con más gente para hacer fuerza, crear sitios seguros. En la música, nuestro sitio seguro es el sello Arkestra Discos.

¿Cómo funciona Arkestra?
Empezó como un colectivo, ahora está más centrado en el sello. Básicamente, es una plataforma para sacar música de artistas, para tener el control de cómo sacar esa música. Es un sitio seguro donde resguardarse en estos tiempos, sin seguir lo que te marca la industria de la música, un sitio que te da esa libertad para crear.


¿Vives de la música?
Estoy en ello. Hago otras cosas también. Las normas de la industria son estas, si las sigues puedes llegar, pero creo que en la música hay que crear nuevas maneras de hacer las cosas porque eso no vale para todo el mundo. A mí, tal como quiero hacer las cosas, no me valen los modelos de la industria, pero a través de esta plataforma sí puedo hacer las cosas junto a otra gente para unir fuerzas y ser sostenibles, que es algo muy importante. Como decía Chris Marker, no se puede imaginar el futuro si estás intentando sobrevivir. Y en eso estamos, intentando crear otras maneras.

En “Enantiómeros” cantas en gallego un texto inédito del poeta Xavier Queipo. ¿Es la primera vez?
Sí. Me gusta mucho su poesía, sobre todo el libro Home invisible. Hablé con él y me pasó algunos poemas y cuando leí “Enantiómeros” lo sentí mío, la verdad es que encaja perfectamente. Para mí fue la hostia poder colaborar con Xavier, a quien admiro mucho.

¿Cuáles son las ideas que te interesaba transmitir con ExNovo?
Bastantes [risas]. Lo de la fuerza afirmativa, por ejemplo, que es un concepto para el que me inspiré en la filósofa Rosi Braidotti, quien a su vez se inspira en Deleuze y Spinoza. Se trata de mantenerse en modo afirmativo, no alimentar la negatividad que está tan presente en nuestros días en las plataformas, que se nutren de las polémicas. En lugar de eso, potenciar proyectos generativos o cosas creativas. En la canción “Pantalla total” hablo de cerrar los ojos al exceso de información, de luz, que nos provoca ceguera, para volver a soñar e imaginar lo que podemos llegar a ser, no cerrar los ojos en plan escapista sino cerrarlos a eso que nos distrae y roba el tiempo para poder ser constructivos.

También la idea de recuperar los deseos, o mejor, preguntarnos primero si los deseos que tenemos son nuestros o son implantados por los medios, la publicidad... Si deseamos cosas de otras personas, igual no queremos luego que se cumplan porque no eran nuestros deseos.

¿Crees que a quien escucha el disco le llegan todas estas ideas?, ¿no es mucho discurso?
Veo el disco como capas: puedes escucharlo por las frecuencias, que te pueden despertar emociones. Y luego están las letras, que también van por capas. Tampoco me interesa que llegue un mensaje diciendo lo que hay que hacer, es más dejar ahí unas cuestiones y si despiertan algo, guay. En las entrevistas aprovecho para hablar de estas cosas, que creo que son interesantes y le dan más valor, pero al final lo que yo hago es música, no soy filósofa.

Y luego el público hace sus interpretaciones, aunque el mensaje de una canción sea muy directo.
Sí, claro. Cuando escucho a otros artistas, a veces por ellos puedo llegar a otros sitios, por una frase, una referencia… Son códigos. Al final es un paso, un puente por el que pasas. Es música, pero me gusta que haya fondo, que no se quede en la superficie.

No tengo interés en llegar a altas escalas, de hecho me siento más cómoda en escalas pequeñas, me gusta tener mi sombra. Lo importante es ser una estrella en el día a día

Con lo que haces y cómo lo haces, con tu discurso musical, ¿te ves convertida en estrella o eso supone una construcción de un producto en el que no estás interesada?
Hay muchas maneras de ser una estrella, incluso ser una estrella sin hacer música es la hostia. Lo importante es hacer lo que tú quieras hacer y si puedes inspirar a más gente… No tengo interés en llegar a altas escalas, de hecho me siento más cómoda en escalas pequeñas, me gusta tener mi sombra. Lo importante es ser una estrella en el día a día.

¿Cómo afecta Vigo a tu música?
Mucho, la verdad. Es una ciudad que se quiere y, a veces, se odia. Como todas, imagino. Aquí estamos más aislados de los centros neurálgicos, Madrid o Barcelona, es más difícil hacer las cosas desde aquí. A mí me gusta estar aquí, estamos más tranquilos, tenemos más tiempo para pensar, hacer las cosas. Hay otro tempo de la vida, no es esa aceleración, es una escala más pequeña. Al final, como humanos, tenemos nuestro cuerpo y nuestras limitaciones y está bien pensar en escalas pequeñas. Lo grande se me escapa.

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