Feminismos
Amor, edad y feminismos: un viaje a nuestras contradicciones más íntimas

Desde Simone de Beauvoir a las charlas entre amigas, la discusión sobre el amor y sus servidumbres es un clásico del feminismo. Un debate sembrado de contradicciones, pero también de ligereza y del deseo de encontrar otras formas felices de amar.
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Fotoilustración de Byron Maher con fotografía de Elvira Megías Byron Maher Elvira Megías

Fotógrafa

21 ago 2022 06:00

Es 1948 y Simone de Beauvoir publica El Segundo sexo. En su obra, el rol tradicional de las mujeres se ve capturado en una expresión: el ser-para-los-hombres. El espacio de dependencia y sumisión en el que el patriarcado encorsetaba la vida de las mujeres. La pensadora feminista, sin embargo, no pensaba ser de nadie: rechazó el matrimonio y la maternidad y eligió el amor libre de la mano de Jean-Paul Sartre. Un romance que ella misma sometió a observación y análisis años después. En su tercer libro de memorias, La fuerza de las cosas, Beauvoir recoge el dolor, los celos, el desasosiego y la insatisfacción que tuvo que afrontar ante una relación abierta que tampoco era simétrica.

Esta contradicción entre los claros (y fundacionales) principios feministas de la pensadora francesa, y la experiencia de sufrimiento ante una forma de relación que tenía que haberla llevado a un lugar de igualdad y emancipación, es rescatada por Marcela Lagarde en su libro Claves feministas para la negociación en el amor (2001), un volumen en el que la autora mexicana, nacida el mismo año en el que se publicó la famosa obra de Beauvoir, aportaba sus propias pistas sobre cómo trascender ese ser-para-los-hombres frente al que Beauvoir, aun a costa de su dolor, con sus prácticas, había contribuido a ampliar las posibilidades amatorias de las mujeres.

Que las referentes feministas sufrieran un poco también como perras por amor iluminó unas cuantas décadas después a Carla, una compatriota de Lagarde migrada a Madrid a los 35 años, tras una vida en la que la pulsión de viajar e ir a su aire no estaba reñida con compartir su existencia con alguna pareja durante largas temporadas. Al fin y al cabo, la independiente Carla no era la única mujer encerrada en sus contradicciones.

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“Aunque el rollo amoroso no era el centro de mi existencia, por un lado estaba el ‘yo hago mi vida’, pero en la cabeza asomaba siempre este tema de tener una pareja”. Los intentos no fueron bien, ellos no querían comprometerse, y en realidad ella tampoco lo tenía muy claro, pero algo la empujaba a gastar mucha energía en convencerles. Después llegó el feminismo, la llegada a España, y una relación a distancia de una década. Durante aquellos años, solo ella cogía el tren para ver a su pareja. “Entonces yo dije: ya basta. Se acabó. Me costó, pero ahí hice dos cosas que me hicieron bastante bien”.

“¿Se puede amar y ser libre?”, ese era el nombre del taller del espacio feminista Entredós al que Carla fue a buscar respuesta a esa incógnita. “Es que parece que amar a alguien al final te atrapa. Hablábamos de qué ideas teníamos del amor. Y ahí fue cuando ya caí yo”. Carla resolvió que su idea estaba mal, contenía demasiadas “cositas”, “adornitos”. Era imposible que se cumpliese, no era real. Luego llegó otra lectura que vino a corroborar su intuición: El pensamiento amoroso, de Mari Luz Esteban. Del contenido del libro, lo que recuerda es otra experiencia, la de la propia autora: “En el prólogo, ella ya habla un poquito también de cómo ha vivido el amor y dice: siempre estoy pensando en cómo va a ser, cómo tiene que ser, cómo lo quiero… pero nunca estamos en el momento, en el presente —evoca—. Entonces, esto es lo que hay. Este es el que está contigo. Ya tú decides si sigues con eso o dices mira, ¡ya no!”.

Luego vino Lagarde con sus “chismes” sobre De Beauvoir y otras feministas ilustres. De pronto dejar de ver a la pareja de intelectuales franceses como un referente de libertad, y llegar a la conclusión de que Sartre era un “poco cabrón”, le ayudó a ver bajo otra luz su propia relación, con el hombre 12 años más joven que no movía el culo para visitarla. La relación entre ellos dos también era abierta. “Yo no iba a poner puertas al campo, también porque me daba flojera”, apunta. Pasado un tiempo tuvo que reconocer que por más que ella pensase que él pensaba tal cosa o tal cosa, el tipo estaba en su propia película. Con la experiencia de sus 58 años, a Carla lo de pensar lo mismo y querer lo mismo que otra persona no le parece muy factible. “Esto de que parece que los astros se juntan y hay dos almas que están perdidas por allí y se encuentran es muy timo de la estampita”, sentencia. 

Ese timo de la estampita que algunas dan a llamar pensamiento amoroso, o amor romántico, Carla ha conseguido neutralizarlo gracias a la perspectiva feminista, al momento vital, y al ciclo biológico, que en su caso, le ha atemperado el deseo: “A mí ya me resbala todo, de verdad”, afirma sonriendo. Y es que vivir sin esa pulsión de búsqueda amorosa ha dejado a Carla con tiempo para disfrutar de sus cosas, de su casa, de la calma, y para participar en las 8.000 cosas en las que siempre está metida.

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Una crisis energética de la que nadie habla

Rocío anda atareada, se le va el tiempo entre los hijos, el trabajo y las amigas. Tiene 47 años, once menos que Carla, no afirma como ella que todo le resbala, pero es consciente de que su energía es limitada. “Quizás es mejor dedicarla a ti misma, a tus amigas, a patear en el monte o a leer libros. Sí, el tema de la pareja nos lleva mucha energía y muchas frustraciones”, concede. Y es que la distancia entre teoría y práctica cuando una se asoma al binomio feminismo y amor, es materia frecuente de la bibliografía feminista, de artículos y podcast y de las conversaciones entre amigas. Así que Rocío está acostumbrada a leer y charlar sobre el asunto.

A la pregunta sobre el divorcio entre la teoría y la experiencia, Rocío, que además tiene estudios de género, contesta ágil: “El feminismo ha conseguido muchos avances en el espacio público, en el acceso al trabajo, pero en lo íntimo, no tanto. Encontramos dificultades internas, personales. Y luego, tampoco ayuda cómo está el patio”. Es en las contradicciones internas en las que se centra, pues no quiere parecer antihombres, aunque a veces le cueste. Socialización en el amor romántico —aún en el siglo XXI y alcanzando también a las más jóvenes—, presión social por estar en pareja, expone del tirón. “Esa programación que tenemos entra en contradicción con lo que trabajamos como feministas y que todavía en muchos casos no hemos resuelto”. Rocío se plantea resolverlo por deserción, pero claro, si hasta De Beavoir tiene sus contradicciones, no va a ser menos ella.

—Yo creo que también, en parte, es como quitarle peso a lo de “sin pareja no soy feliz”. Es que yo creo que soy más feliz sin pareja. 

—¿Eres más feliz? ¿O estás más tranquila? 

—Para ser feliz hay que estar tranquila. O sea, al menos mi búsqueda es la tranquilidad.

—...

—Que a lo mejor te pierdes la pasión y tal. Pero si es una pasión patriarcal y heterocapitalista [se ríe] prefiero renunciar, la verdad. Aunque luego en la práctica ahí estoy en Tinder [se ríe más].

Cuenta Rocío que hace unos meses leyó un texto de Coral Herrera y le dio como un golpe de tristeza. La autora hablaba de un ejercicio que había llevado adelante en su grupo de investigación El laboratorio del amor. La propuesta consistía en mirar retrospectivamente al pasado y pensar en toda la energía y tiempo gastados en relaciones que no iban a ninguna parte. Rocío se puso a hacer metafóricas cuentas y se quedó un poco hundida.

Se trataba de “imaginar cómo sería nuestra vida si no hubiéramos tenido que sufrir todo lo que hemos sufrido por amor. Por ejemplo, aquella vez que te dejó Manolo. ¿Cuánto tiempo estuviste pasándolo mal, deprimida, hablando con amigas solamente de ese tema, tus amigas ya hasta el coño, pero solidarias?”. La misma Herrera explica por teléfono el ejercicio y deja un recado para Rocío, este tomar conciencia del tiempo y energía desperdiciados en el altar del amor romántico, de las cosas que se dejaron de hacer; no debería ser motivo para compungirse, sino una forma de aprender para el futuro.  

Cuando se les habla a Carla y Rocío del futuro no piensan tanto en sí mismas como en las generaciones que vienen. Como legado, a Carla le gustaría alertarles de que no pierdan demasiado tiempo. No es que Carla reniegue de las relaciones, el amor, y demás, pero aspira a vivirlas de otra forma. Rocío tiene fe en los procesos y que no esté todo dicho. “Sigo creyendo que otras formas de amar son posibles. Yo mantengo la esperanza. Pero a mí misma me cuesta verme por todo lo vivido. Yo qué sé, supongo. ¿Es muy bajona?”. 

La socióloga y politóloga Fefa Vila lleva tiempo escribiendo del amor, y tal vez porque ha campado por fuera de la heterosexualidad, o porque ha atravesado de manera colectiva un movimiento contracultural llamado a impugnar los viejos mandatos, la verdad es que llega con una perspectiva más optimista. Propone, primero, sacar la cuestión de lo individual. “Individualmente reproducimos lo que es lo más normal, incluso las experiencias más contraculturales al final te invitan a casarte, a imitar las relaciones heterosexuales, a tener hijos, a tener una casa en propiedad privada. Toda la matriz del amor está sujeta en el derecho patriarcal, en el consumo capitalista y en las relaciones familiares, la propiedad privada y todo eso. Escaparse de esa matriz es muy complicado. Nos falta experimentar, arriesgar y crear socialización amatoria y educativa real desde otro lugar. Eso solo sucede con procesos revolucionarios o contraculturales. No porque llevamos un libro”.

Eso, los libros ayudan, pero no alcanzan. Las tesis doctorales tampoco. Herrera pasó mucho tiempo escribiendo la suya, centrada en la construcción sociocultural del género y del amor romántico. Y cuando acabó, se descubrió sufriendo por un hombre. Uno que era claro con lo que quería y ofrecía. Pero la sinceridad, a veces, tampoco alcanza. “¿Cómo es posible que tías como yo, que tienen muy clara la teoría feminista y que la quieren llevar a su vida sexual y sentimental, no puedan?”, la incógnita no la iba a resolver sola, conectó con un montón de mujeres. “De ahí salió esta idea de que lo romántico es político, estamos tratando el tema del amor como si fuera un problema tuyo, pero es un problema colectivo”. 

Roxy tiene 30 años, y cuando le preguntas sobre el amor, se ofrece a hablarte de amor propio o de su amor a la música. Lo del amor de pareja hoy por hoy no le dice mucho. Al menos al principio de la conversación. Lleva tres años en Madrid, llegó de Puerto Rico casi directamente a internarse en el confinamiento. “Ha sido un proceso de saber quién soy, qué me gusta, qué no me gusta”. Agradece al poder reinventarse en otra ciudad, e incluso a las accidentadas circunstancias de su llegada, esta tranquilidad. “El encierro me ayudó a encontrarme, sentirme cómoda en mi propia piel, me he empezado a querer más, a darme más mimos, a poner límites que son bien importantes, a decir ¡no! Hasta aquí llegué. Esto es lo más que puedo dar”. Cierra su balance con una sonrisa enorme, reflexiona un par de segundos más y añade: “Eso es lo que te puedo decir así del amor”.

Que Roxy tenga claro quién es y lo que le gusta no quiere decir que eso sea suficiente para obtenerlo. Por ejemplo, mucha gente no parece entender su identidad queer y no binaria. “Pienso que para algunas cosas hemos avanzado, que se dan pasos hacia delante pero a la vez también, con ciertos temas, se dan pasos hacia atrás”. En España, Europa, Roxy esperaba encontrar mayores cuotas de libertad, pero no ve tanta diferencia con su país natal. En la parte positiva del balance, concede: “He encontrado personas que son activistas y creen en los derechos de las mujeres, que están en relaciones abiertas y piensan que es una buena alternativa”. A ella le parece genial, pero son pocas, y ya tienen su persona primaria. Saber que hay gente que ve las cosas así, que existen, le da un poco de esperanza.  

Para Vila hay pocos cauces para introducir la apertura, todo está muy pautado. “Vivimos tiempos muy lineales, tiempos muy establecidos, muy regulados, tiempos diarios, pero también tiempos biográficos, que antes eran mucho más laxos, más contradictorios, ahora son muy rápidos y muy previsibles”. Tiempos en los que se ha eliminado, por ejemplo, el cortejo. “El amor se ha convertido en un trabajo también, del éxito, del no estar sola, más que una experiencia del encuentro con el otro o con los otros”. Considera la coautora del Libro del Buen Amor, que los sujetos cada vez están más solos y aislados, aún contado con compañía. “Este orden social que produce y reproduce nos aísla: digamos que el amor y las relaciones y el erotismo necesitan cierta ensoñación, necesitan romper el tiempo, necesitan el fuego”. Una ruptura del tiempo, subraya Vila, eso es lo que trae el enamoramiento, una espontaneidad sin tiempo que asocia con la adolescencia. “A mí me encanta”.

Roxy, nuestra treintañera, está muy cómoda en su soledad. A veces, más que salir, prefiere quedarse en su casa viendo una serie. Pero sus reticencias no van solo de eso. Lo cierto es que le da pereza lo de las citas. “Siento que es repetir lo mismo, como que ya es la monotonía. Hola, la primera cita, ¿a qué te dedicas? ¡Ah!, vienes de Puerto Rico y, ¿por qué el cambio? Es como que ya se convierte en el mismo libreto y me cansa”. Le parece imposible el encuentro con personas fuera de las app de citas, y las app de citas le aburren: las ha ido borrando una a una. Solo a veces le vienen ganas de compartir sofá con alguien, pues en su círculo todas están en pareja “y yo soy siempre la que sobra”, se sorprende diciendo. Y confiesa que a veces es de la música de donde vienen ciertas ganas de vivir amores como los que se describen en las canciones o se leen en los libros. “Últimamente tengo en bucle la canción de Rihanna ‘Love on the brain’, no sé si la conoces, justamente venía con ella en los cascos ahora. Algún día me escucharán cantando a mí también acerca de esos amores que pasan para la historia”, aventura. 

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Clara apenas era una adolescente cuando en 2018, el 8M más bestia jamás visto, tomó las calles de Madrid. Allí estaba ella, una de esas jóvenes feministas que abarrotaron la ciudad. Ahora, con 23 años, cuenta cómo su feminismo tiene un impacto en el modo en el que vive las relaciones: para bien y para mal, concede irónica. “Una vez escuché que desde que haces el clic no hay vuelta atrás. No hay una manera en la que puedas dejar de ver todo con las gafas violeta. Es mucho más fácil ponerle pegas a cualquier tipo de relación con cualquier tipo de persona”, acepta. “Puede pasarte que de pronto, alguien te parezca interesante, pero luego haga un comentario y la cosa se estropee”. 

Sin embargo, la parte buena no es poca cosa: Clara acaba de salir de una relación que consideraba sana, horizontal y feminista, claro que su compañero, apunta, venía “bien preparado”, criado en una familia feminista. La joven, que se identifica como bisexual, conoce las trampas del amor romántico. “Procuro alejarme cuando las identifico o comunicarlo”. Hasta ahora Clara agradece que el feminismo le haya permitido ver ciertas cosas, por ejemplo, qué es amor y qué no. “No es amor si te sientes insegura, no es amor si no confías en ti misma y no confías en a dónde va esa relación, si no te puedes comunicar, si hay tantas barreras dentro de la pareja que no sois capaces de entender los mismos términos”. Parece que Clara en particular no necesite conversar con las mujeres más mayores. En realidad, ya lo ha hecho: “Las charlas más interesantes las tengo con gente de 60, como mi madre”, explica.  

Con todo este sano panorama, Clara decidió hace poco que, de momento, la pareja tampoco era para ella: no quería poner ahí su energía. “No me veo construyendo mi vida en pareja, en esa responsabilidad de cuidados, por lo menos en este momento de mi vida. Al final tener una pareja implica tener una responsabilidad afectiva y dedicar un tiempo que ahora mismo, por el momento en el que estoy, no puedo dar”.

Generaciones

¿Hay algo que estas mujeres que habitan cuatro décadas distintas pueden enseñarnos a nivel generacional? Sería un poco prepotente pretender que voces individuales de personas concretas con sus particularidades representaran algún tipo de discurso generacional. Fefa Vila cuestiona el mismo concepto de generación. “Los cambios de paradigma en el amor dependen de grandes transformaciones culturales y sociales que se viven en cada lugar”. En España, en concreto, Vila distingue tres grandes grupos generacionales, las que se socializaron durante el franquismo, las que a partir de los 70 trajeron una renovación social de la mano del feminismo y las disidencias sexuales, y las generaciones más jóvenes. “Creo que actualmente con la aceleración social del capitalismo todo es brutalmente rápido”. En cuanto al siglo XXI, Vila está en contacto con sus alumnas en la facultad y lo que percibe es más inquietante que lo que narra Clara, de hecho lo que le cuentan sus estudiantes le hace pensar que hay una gran reacción, “creo que mi generación era más libre”.

La profesora argumenta que a diferencia de lo que sucedió con la disidencia sexual en los años 80 y 90, las personas más jóvenes no han hecho un proceso colectivo en forma de revolución. “En aquella época esa experiencia fue vivida contraculturalmente, experimentada. Con sus cosas buenas y malas, sin embargo, las generaciones de ahora heredan todo un discurso, toda una serie de cambios, toda una serie de posibilidades. Pero sus experiencias del cuerpo, de las relaciones, son menores. No han participado en un gran movimiento de emancipación”. La ausencia de esta contracultura generaría un cortocircuito entre la teoría y la experiencia.

Llegamos a Mar, ella está en medio de todas. Tiene 40 años y nos recibe en la casa que comparte con otras personas. Mar es gregaria, se mueve en los movimientos sociales, es de trato fácil, se lleva bien con los hombres. Sin embargo, lidia mejor con ellos como amigos, ha tenido varias relaciones largas de las que ha salido con pocas ganas de experimentar. “Me doy cuenta, una vez que sales, que tienes un montón de contradicciones, que acabas anulando parte de ti”, lamenta. No como ahora, que tras un tiempo sin pareja considera que está “súper a gusto”, y añade medio en broma medio en serio: “Luego veo a todas mis colegas que tienen parejas tíos y siempre están en un puto drama constante”.

Además, Mar no tiene reparos en reconocer que ha sido un poco demasiado para-el-hombre, cuando ha transitado relaciones. “Soy una persona muy cuidadora en general, y entonces cuando entro en una relación más íntima, pues ya me vuelco completamente en los cuidados a unos niveles que sobrepasan cualquier límite”. Cuidar y convencer al otro de que tiene sentido quedarse, “en lugar de empoderarme y de decir, chico, esto es lo que hay, si lo quieres bien, y si no, ahí te quedas”. Ahora que lleva un tiempo sin comerse la cabeza, piensa que no le va a ser fácil salir de esa zona de confort. “Mi único objetivo es hacerme lesbiana en esta vida”, bromea.

Lo que no tiene ninguna gracia para Mar es salir de las relaciones desgastada y con la autoestima tocada. “Yo estoy mucho más estable emocionalmente cuando mi estabilidad emocional no depende de alguien, de que alguien te llame o no te llame, te quiera o no te quiera”. Así que está cómoda como está pero por otro lado ahí está la duda que acecha. “A veces digo, no puede ser, me pongo con el Tinder y pienso, aquí no hay nada que hacer”. Además, se ha dado cuenta de que los tipos de su edad le parecen unos señores con los que no acaba de identificarse, al fin y al cabo ella siempre está rodeada de gente más joven. La misma idea de ligar una noche le produce cierto desasosiego. “¿Merece la pena toda la producción que tengo que hacer para eso, preparar todo el escenario? Esos días que dices, venga, salgo y ligo, y te cambias tu sábana y recoges tu habitación. Y luego vuelves a tu camita bien hecha para ti sola, qué gusto, imagínate haber dormido con cualquier mamarracho”.

Aunque apueste por reírse de sí misma, sí que considera que ha aprendido algo: que tiene más claros sus límites, que si un tío le viene con dudas al segundo día, puerta. Y conecta con algo doloroso con Simone de Beauvoir: las relaciones abiertas pueden acabar siendo complejas y dolorosas. “Me encontraba por parte de los tíos ese rollo de la acumulación, de tener miedo a cerrar por si se pierden algo mejor, que era un poco la sensación que yo tenía todo el rato”. Además eran amigos, gente cercana, tíos que habían hecho todo un trabajo de deconstrucción. “Estos chicos por lo menos no te niegan lo que les señalas. Luego te dan las gracias y estas cosas y encima tienes que consolarlos. Dices, joe qué majos, vuelves a casa hecha un puto lío —no sé si te odio o si me das como ternura— y concluyes que eres gilipollas”, cierra entre risas.

Para arriba

A sus 23 años Clara aboga por relajarse: con el amor romántico, con las relaciones de pareja y con una misma. “Yo puedo ser muy perfeccionista pero creo que el feminismo nos intenta decir que seamos más reales y que aspiremos menos al ideal que se supone que tenemos que lograr”. ¿Será que traen las nuevas generaciones el secreto? Clara no piensa que estar en pareja “implique una renuncia, pero tiene que ser una decisión consciente el estar ahí, y yo dentro de mi decisión consciente opto por estar sin pareja”. Tiene fe ella también en otros modelos, relaciones más libres, anarquía relacional, poliamor. “Creo que hay más libertad en ese sentido, porque no se concibe como una relación monógama cerrada de yo soy tuya, tú eres mío y esto es así para siempre y amén”, piensa, heredera de las referentes. 

Y es que en la segunda mitad del siglo XX, recuerda Herrera, “todas las teóricas de la revolución sexual lo que dijeron es: chicas la única manera de no meterte en la cárcel del amor es no enamorarte y no casarte”. Ella, bastante romántica, quería plantar resistencia ante esa idea: “Me revolvía y pensaba, bueno, a lo mejor el amor lo podemos liberar del machismo”. Si todo se puede despatriarcalizar, ¿por qué no lo romántico, lo emocional, lo sexual? La mirada entonces se amplía: “Hablo de la conquista de la autonomía económica y emocional para poder relacionarnos en libertad y en igualdad, no se trata solo de mejorar mis relaciones con los demás, sino al final transformar la sociedad transformando las relaciones”.

¿Cómo salvar entonces las distancias entre la teoría y la práctica, explorar esas otras formas de amor que no pongan en jaque la libertad, que no atrapen, como señalaba Carla? “Demasiado discurso, poca experiencia vivida”, sentencia Vila: “Tenemos que preguntarnos qué tipo de amor podemos reivindicar las mujeres o las feministas o las lesbianas, qué tipo de propuestas amatorias son las que nos dan felicidad y potencia, y no sumisión. El amor tiene que dar potencia, tiene que sacar lo mejor, tiene que hacerte subir para arriba, y eso es lo alucinante”, ensaya Vila respuestas.
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