Turismo
El cicloviaje: entre la autonomía y los límites

Una defensa del viaje en bicicleta desde la reflexión acerca de los límites del turismo y las identidades que genera, una reivindicación de la calma frente a la enajenación del progreso fosilista.
BicicletaFranciscoAceldo
Fotografía: Francisco Aceldo en Unsplash.
17 jul 2021 09:30

Hay algo profundamente humano en la pulsión de conocer y explorar nuevos lugares; no en vano la historia de la humanidad ha sido esencialmente nómada. También es profundamente humana la necesidad de estar en movimiento, nuestro sofisticado sistema nervioso está directamente relacionado con la complejidad de las actividades motrices que potencialmente podemos desarrollar y, además, se beneficia del cambio continuo del paisaje que supone estar en marcha. No es de extrañar entonces que, en nuestra sociedad opulenta, millones de personas, buscadoras de paisajes, construyan su identidad en torno al viaje; identidades construidas en carbono.

De las necesidades y las tecnologías

Qué duda cabe que es el capitalismo y el mercado, con el soporte de los hidrocarburos, los que pervierten, amplifican y patologizan estas necesidades. El turismo es, de hecho,  uno de los sectores socioeconómicos de mayor impacto, responsable de gran parte de las emisiones de CO2, destructor del territorio y responsable de esa epidemia global que es la generalización de la cultura occidental en detrimento de la identidad y la diversidad multicultural de infinidad de pueblos. La sombra de los combustibles fósiles es alargada, y algo tan hermoso como abrir una ventana a otros mundos, a otros paisajes, a otras gentes, se convierte por obra y gracia de la combustión y como otro ejemplo más de la tragedia de los comunes en uno de esos pesos insoportables que depositamos sobre los hombros de nuestra Gaia.

No es de extrañar entonces que, en nuestra sociedad opulenta, millones de personas, buscadoras de paisajes, construyan su identidad en torno al viaje; identidades construidas en carbono

Así pues, si queremos ahondar en este asunto es necesario reflexionar sobre el uso de la energía y la tecnología para satisfacer las necesidades humanas. Tan justo es el deseo de viajar como imprescindible preguntarse de qué manera lo hacemos, ya que movernos a velocidades sobrehumanas tiene una enorme huella socioecológica. Los coches, los trenes de alta velocidad, los grandes cruceros y los aviones a la velocidad de un suspiro gaiano colonizan la atmósfera del planeta con el carbono atrapado en las entrañas de la tierra procedente de procesos geológicos inabarcables con nuestra imaginación humana. Fracturan los espacios naturales convirtiéndose en barreras infranqueables para miles de seres vivos y emponzoñan el aire que respiramos. Son, además,  tecnologías producto de complejos procesos de fabricación, que requieren de muchísima energía y dependientes de materiales escasos y raros. Procesos que como privilegios tienen costes ocultos que no asumimos y que imponemos a la biosfera, a las generaciones futuras o a miles de pueblos mermando sus posibilidades de vida buena. Y, por si esto fuera poco, también colonizan nuestro imaginario, nos desvinculan de nuestro territorio más próximo y adulteran y deforman nuestra percepción del tiempo, la distancia y el espacio que siempre debiera estar ligada a los límites de nuestro cuerpo.

Pista de aterrizaje
Rosa Ruiz: “Me relaja lijar el cuadro de una bicicleta”

Esta mecánica de 60 años es vecina de toda la vida del barrio de la Txantrea (Iruñea), en donde regenta en solitario una tienda de venta y reparación de bicicletas

¿Cómo conciliar entonces una necesidad tan humana con el bienestar de la vida en la Tierra y por lo tanto con nuestro propio bienestar? No es casualidad que aquel ministro de Allende dijera que el socialismo solo puede llegar a la velocidad de la bicicleta. Los seres humanos somos con toda probabilidad el animal tecnológico por excelencia, pero la historia y nuestro actual presente nos cuentan que las diferencias importan: hay tecnologías blandas y hay tecnologías duras (1). Tecnologías duras con el potencial de llevarnos a situaciones irreversibles rebasando los límites del Sistema Terrestre. Tecnologías blandas cuyo uso es democrático, su dominio corresponde a la comunidad que las usa y están dentro de los límites. Y la bicicleta es una de estas “amables” tecnologías.

Illich, en su revelador ensayo Energía y Equidad (2), escribía que la bicicleta es la maquina perfecta para optimizar la energía metabólica humana, que además las infraestructuras necesarias para utilizarla ocupan menos espacio, que donde se estaciona un coche caben 18 bicis, que las bicicletas cuestan mucho menos y que duran toda una vida, que los coches sin carreteras son inservibles y que éstas corroen el territorio; sin embargo un ciclista cuando no puede ir montado en su bicicleta puede empujarla. Literalmente, escribía: “El hombre con bicicleta se convierte en dueño de sus propios movimientos, sin estorbar al vecino”. Sí, Ivan Illich tenía razón, la bici es uno de los mejores inventos del siglo XX y en este siglo nuestro de translimitaciones ecológicas se convertirá en uno de los vehículos esenciales de la movilidad humana.

Tan justo es el deseo de viajar como imprescindible preguntarse de qué manera lo hacemos, ya que movernos a velocidades sobrehumanas tiene una enorme huella socioecológica

Así que vuelvo a la pregunta antes planteada para responderme que es perfectamente posible satisfacer las necesidades humanas de libertad y entendimiento según desarrolló Max-Neef (3) a través de la bicicleta y el cicloturismo. Pero además es importante definir el cicloviaje no solo como un instrumento para satisfacer estas necesidades sino también como una verdadera herramienta de transformación cultural e individual. En una sociedad ineludiblemente abocada a lo local, pero sumamente adicta a las posibilidades suprahumanas de los combustibles fósiles, la transformación de los imaginarios colectivos e individuales es una de las grandes dificultades y uno de los mayores desafíos. Y a caminar se aprende andando, así que en las próximas líneas sostendré una verdadera apología del viaje en bici como medio y como fin.

El cicloviaje

No nos confundamos, no voy a defender en estas líneas un ciclismo de competición, donde los tiempos y la velocidad son el eje del viaje. Voy a defender el cicloturismo de un caracol, de una viajera que lleva todos sus enseres a cuestas y que con determinación asciende lentamente por los puertos de montaña. La medida del tiempo siempre es la posición del sol. La distancia que puedes recorrer se calcula con una fórmula que implica las horas de luz y la fuerza de tus propias piernas. La energía es el desayuno y el motor es la simbiosis de las bielas y los gemelos.

Pudiera parecer que viajar a borde de un coche o de un avión te protege, pero lo cierto es que te aísla y te desvincula del medio y de tu propia esencia. Sin embargo, frente al ritmo enajenado y a la aceleración continua, el cicloturismo te inicia en el arte de la contemplación. El viaje en bici es un viaje sensorial que, despojado de la velocidad, te ata al territorio mostrándote sus mejores colores, el perfume de la camomila o la suavidad arenosa y dulce de los madroños deshaciéndose en tu boca, la variación de la luz en el paisaje cuando se sumerge en los violetas del crespúsculo, el sonido de un arroyo que te invita a meter los pies o la tranquilidad expectante de las rapaces que te sobrevuelan. Te ofrece un conocimiento profundo, casi corporal, de la geografía y te devuelve al modesto lugar que ocupamos en nuestra Gaia. Pero no nos engañemos, nadie ascendería por la montaña si arriba no obtuviese dos recompensas: la belleza aérea de un paisaje y la levedad alada del descenso y a veces también un abrazo estrecho y reconfortante. El cicloturismo es un viaje sensorial y profundamente vital. En bici te sientes libre, fuerte, conectada a tu materia a través de los sentidos y por añadidura conectada a la naturaleza.

El viaje en bici es un viaje sensorial que, despojado de la velocidad, te ata al territorio mostrándote sus mejores colores, el perfume de la camomila o la suavidad arenosa y dulce de los madroños deshaciéndose en tu boca

Pero si hay algo transformador en el cicloviaje es el reconocimiento certero de los límites de tu cuerpo y de los límites del entorno. El peso que puedes llevar, la velocidad que te permiten las pendientes exigentes de ese puerto de montaña, un viento en contra, el sol del mediodía abrasador que te deja sin fuerza, controlar en todo momento el suministro de agua, conocer las señales atmosféricas y las de tu propio organismo. Saber cuándo debes parar y cuándo no debes hacerlo. Además, toda cicloviajera experimentada desarrolla cierta actitud zen ante las incertidumbres que atesora el camino. Una aceptación casi espiritual que entrena tu paciencia, tu capacidad de esforzarte o la capacidad de posponer la recompensa. Un sentimiento que te pone enfrente de tu vulnerabilidad y te arrebata esa ilusión de control que impregna nuestra sociedad. Viajar en bici es prefigurarnos en ese futuro pospetróleo y por lo tanto es fortalecer aquellas habilidades físicas y psicológicas que nos serán sumamente necesarias.

Una mañana te levantas en una ciudad de Europa y por la noche, como por arte de magia, te acuestas en otra cama diferente al otro lado de un océano, y así, tristemente coleccionamos nuevos destinos casi como cromos en los sellos de nuestro pasaporte. Lo que sucede entre medias, los territorios que dejamos atrás, no importan, solo importa el destino, solo importa llegar. El cicloviaje, por el contrario, es la pura materialización del camino como fin y nos enseña a vivir y a viajar de otro modo. Una buena cicloturista nunca tiene prisa, siempre encuentra el momento para disfrutar de todos los hallazgos que el camino le entrega. Demorarte en las plazas de aquellas iglesias, disfrutar de un baño en ese río que acoge, calma y tonifica tu desnudez, un paraje fresco y sombreado donde dormir la siesta o una buena conversación con algún paisano. Cada kilómetro recorrido cuenta y te deja una herencia en la retina y en los sentidos. Viajando en bici retomamos el tiempo del disfrute con intensidad, en ese Carpe Diem tan inspirador que Emilio Santiago Muiño y Héctor Tejero (4) refundan y recogen de aquella visión del Horacio epicúreo, ese antiguo y nuevo Carpe Diem que nos invita disfrutar de los frutos del presente sin comprometer los del mañana eso sí acompañados de nuestros amigos.

Voy a recapitular para defender el cicloturismo como un viaje ecológico (5) y por lo tanto, algo más ético. Lo es desde el punto de vista de la velocidad, recordemos otra vez que desplazarse a 100 km por hora tiene costes ambientales y sociales que no solemos asumir ni percibir. Hacer las alforjas, además, es un ejercicio de sobriedad y renuncias, en el que tienes que dirimir entre lo superfluo y lo imprescindible. Asimismo, la cicloturista es resistente y resiliente. El viaje en sí es un entrenamiento físico y mental, obligatoriamente desarrollas una actitud estoica frente a las incógnitas que te prepara el camino, entrenando la paciencia y la capacidad de posponer la recompensa. Pero, además, viajando en bici hacemos nuestro el territorio, aprendemos geografía y nos conectamos a través de los sentidos a las estaciones, a los cambios de luz y a la naturaleza. La cicloturista es consciente del lugar que ocupa en el mundo.

Viajando en bici hacemos nuestro el territorio, aprendemos geografía y nos conectamos a través de los sentidos a las estaciones, a los cambios de luz y a la naturaleza. La cicloturista es consciente del lugar que ocupa en el mundo

Todas estas son razones fundamentales para escoger el viaje en bici. Pero voy a insistir en una cuestión que considero primordial: el cicloviaje es transformador, no solo tenemos motivos de peso para hacerlo, además el viaje en bici nos transforma. Y aquí voy a acudir a este revelador texto (6) de Luis González Reyes en el que nos cuenta que nuestras acciones individuales nos empoderan y nos devuelven una imagen de individuos más autónomos y capaces. Así sucede con el cicloturismo; viajando de esta manera nos transformamos en personas más seguras, más conscientes de los límites, más fuertes en el amplio sentido de la palabra y más preparadas para asumir el descenso paulatino de la energía neta en nuestras sociedades. Pero, además, tenemos que recordar como nos recuerda Luis González Reyes, que pensamos como actuamos. Aquello de que el hábito hace al monje, se resume en que nuestras formas de estar en la vida son las que conforman nuestro sistema de valores. Es la práctica la que crea nuevos imaginarios. Y tampoco podemos obviar la importancia del ejemplo. Yo, con mis piernas delgaduchas, mi escaso fondo y mi manía de entretenerme mirando pajaritos soy un ejemplo encarnado de que podemos viajar (y vivir) de otra manera, sin pesarle al mundo. Pero hay que ser realistas y conscientes de que la verdadera disputa en la cosmovisión colectiva es la derogación de ese relato del progreso fosilista asentado en la ley del mínimo esfuerzo. Viajando en bici y mucho más con nuestra tribu demostramos que el esfuerzo merece la pena, que nos hace profundamente felices y que, sintiendo el corazón en nuestras piernas, conectamos con una parte esencial de nuestra historia nómada.

En este presente nuestro en el que como Prometeo todavía no alcanzamos a asumir las trágicas repercusiones de nuestras frenéticas vidas fosilistas y en el que una de las tareas primarias será interrogarnos sobre cómo satisfacer las necesidades humanas sin traspasar los límites biofísicos del planeta; en este siglo de quiebras en el suministro mundial de petróleo, que inexorablemente será el de la autocontención, el de lo local y el de lo lento, podemos afirmar que el viaje en bici es una de las metáforas de la verdadera autonomía humana. Esa que nos devuelve una imagen digna de nosotras, libres y mucho más justas. Esa que nos devuelve tiempo para la vida en toda su dimensión la del presente y la del futuro sin arrebatárselo al resto de la familia gaiana a la que pertenecemos y con la que propiciamos la mismísima biosfera.


1. Herrero, Y., Cembranos, F., & Rodríguez, M. P. (2019). Cambiar las gafas para mirar el mundo: una nueva cultura de la sostenibilidad. Libros en acción.

2. Illich, I. (2014). Energía y equidad. Boletín CF+ S, (28).

3. Max-Neef, M. A., Elizalde, A., & Hopenhayn, M. (2006). Desarrollo a escala humana: conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones (Vol. 66). Icaria Editorial.

4. Tejero, H., & Santiago, E. (2019). ¿Qué hacer en caso de incendio?: Manifiesto por el Green New Deal. Capitán Swing.

5. En mi blog: http://vagamundaycorrecaminos.com/defensa-del-cicloturismo-desde-el-punto-de-vista-de-la-ecologia/

6. https://www.elsaltodiario.com/ecologia/apologia-relevancia-acciones-individuales

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“Caminar no era lo bastante rápido, así que corrimos. Correr no era lo bastante rápido, así que galopamos. Galopar no era lo bastante rápido, así que navegamos. Navegar no era lo bastante rápido, así que rodamos con alegría por largas vías de metal. Las largas vías de metal no eran lo bastante rápidas, así que condujimos. Conducir no era lo bastante rápido, así que volamos. Pero volar no es lo bastante rápido, no lo bastante rápido para nosotros. Queremos llegar allí lo antes posible. ¿Llegar adónde? A dondequiera que todavía no estemos. Pero el alma humana solo puede ir tan rápido como un hombre que camina, solían decir. En ese caso, ¿dónde están todas las almas? Abandonadas, dejadas atrás. Deambulan por aquí y por allá; tenues destellos que parpadean en las marismas de la noche, buscándonos. Pero no son ni de lejos lo bastante rápidas, no para nosotros. Las hemos adelantado y nunca nos alcanzarán. Esa es la razón por la que podemos ir tan rápido: nuestras almas ya no son un lastre”.
Margaret Atwood, ‘Faster’ (de su libro de relatos ‘The Tent’).

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fllorentearrebola
17/7/2021 11:38

Un bello y necesario texto. Cuando veo a la infancia actual incapaz de andar o montar en bici para ir al pueblo de al lado o al barrio de enfrente no puedo dejar de pensar en lo desgraciados y desafortunados que son, en lo que se están perdiendo, y en lo poco y mal que le estamos preparando para el futuro sin combustibles fósiles baratos que se les viene encima. Gracias por tan bellas palabras.

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