Racismo
Un estallido antirracista en medio de la pandemia

La ola antirracista que ha desbordado ciudades en todo el mundo bebe de mareas preexistentes: una memoria múltiple de violencias policiales que quedaron impunes, años de resistencia contra el racismo institucional que dicta la exclusión de una parte de la población, y la conciencia de las clases trabajadoras racializadas de su condición desechable en las lógicas capitalistas. 
Steve Eason_London 7
Londres (Reino Unido). Manifestación el 7 de junio. Foto: Steve Eason
5 jul 2020 05:50

Corría mayo de 2020. Como pocas veces, o quizás incluso como nunca antes en la historia, medio planeta andaba pendiente de una misma trama narrativa: la pandemia del covid-19. Secuencias paralelas, tramas multilocales, capturaban la atención de millones de personas en todo el mundo. Gran parte de la humanidad aún confinada, otra con el recuerdo reciente del aislamiento, poblaciones enteras bajo la amenaza de un confinamiento futuro: todas estaban atentas a las cifras de contagiados y fallecidos, a las últimas hipótesis científicas, a las teorías de la conspiración más sofisticadas, a los alarmantes análisis sociales y económicos. Una realidad sin precedentes, filtrada por las redes sociales y las experiencias personales de la debacle.

Y entonces llegó el día 25. Lunes. En la ciudad estadounidense de Mineápolis un hombre de 46 años yace sobre el asfalto. Es negro. Sobre su cuello la blanca rodilla uniformada de un agente de policía. Alrededor de la escena, otros tres agentes quietos, cómplices. El hombre inmovilizado contra el suelo murmura que no puede respirar. Varios transeúntes graban la escena mientras que nada de lo que dice el hombre, nada de lo que dicen quienes ahí están, sirve para evitar su suerte. Morir por haber (presuntamente) usado un billete falso de 20 dólares.

Estados Unidos
Estados Unidos, una historia mil veces contada

Las protestas por el asesinato policial de George Floyd se han extendido a lo largo del país y a gran parte del globo. Con un nuevo formato de contenido audiovisual, analizamos brevemente las raíces y las causas —como diría Malcolm X— de la historia de violencia y racismo institucional de Estados Unidos, que dura 400 años.

Lo que pasa a partir de ese momento cambia el guión de la película, de las narrativas globales, y disputa el tema central de este 2020. Sin embargo, una mirada atenta a esta historia, a la Historia reciente, habría podido entrever las nuevas líneas argumentales que pujaban por emerger, fruto del dolor y el desamparo que ha traído una crisis que ilumina las fallas de un sistema dispuesto a desechar a amplias capas sociales. Una selección impúdicamente determinada por la raza y por la clase, si es que ambas pueden separarse.

La raza: después de la crisis de 2008, la población afroamericana salió tocada, y aún no se ha recuperado. Antes de la pandemia, la riqueza en manos de las personas blancas multiplicaba por diez la de las personas negras. La clase: las personas afroamericanas están empleadas en trabajos de pocas cualificación e integran, desproporcionadamente, las filas de la clase obrera. No pueden teletrabajar, no tienen dinero para buenos seguros médicos, de partida sus condiciones sanitarias son peores. Entonces, cuando la muerte acecha en forma de pandemia, sus nombres también engrosan desproporcionadamente el registro de bajas.

MEMORIA PASADA Y PRESENTE

Esto que ya hemos leído repetidamente mientras el coronavirus se extendía por la primera potencia mundial, mientras su presidente empleaba su tiempo infravalorando la amenaza y protagonizando memes, lo detalla a El Salto la historiadora Jalane Schmidt desde su casa en Charlottesville. Esta profesora de la Universidad de Virginia, implicada en el movimiento #BlackLivesMatters, mira hacia atrás para dimensionar esto que está pasando en Estados Unidos, que tras semanas de la muerte de Floyd no cesa sino que se intensifica. “Diría que esta vez las protestas tiene una base mucho más amplia en comparación con 2014, que se dan de manera simultánea, de manera muy parecida a como sucedía en los años sesenta, después del asesinato de Martin Luther King, cuando había protestas por todas partes, por todo el país”, asegura.

A miles de kilómetros de allí, Crissie Amiss, activista de Women of Colour/Women's Strike, también recuerda otras movilizacionas masivas contra asesinatos estatales. En su caso emerge un nombre: Joy Gardner. Gardner era una mujer jamaicana que murió en 1993 después de que la policía irrumpiera en su casa. Esta madre de 40 años había acudido a Reino Unido para reunirse con su familia. Querían deportarla. Para reducirla la esposaron, la ataron con correas de cuero y le envolvieron la cabeza en cuatro metros de cinta adhesiva. No podía respirar. La falta de oxígeno le causó daños cerebrales que la mataron cuatro días después.

“Diría que esta vez las protestas tiene una base mucho más amplia en comparación con 2014, que se dan de manera simultánea, de manera muy parecida a como sucedía en los años sesenta”

“Si menciono a Joy Gardner es porque cada vez que vamos a esas grandes manifestaciones espontáneas, o a las últimas protestas con motivo de la muerte de George Floyd, la gente que viene, los movimientos que se unen, traen consigo pancartas, carteles, que recuerdan el pasado. Ahí están los nombres de la gente que recordamos. Nuestros muertos”. La muerte de Gardner puso sobre la mesa las violencias extremas ejercidas durante las deportaciones. Muertes que tenían algo más en común que la brutalidad: la impunidad de la que gozaban, de la que aún gozan, sus perpetradores. También quienes acabaron con la vida de Gardner. Por aquella época la gente aún no tenía teléfonos móviles para registrar y mostrar cómo los agentes de migración hacían su trabajo, recuerda Amiss. Esto ha cambiado.

“Cualquier persona que vea los 8 minutos y 46 segundos de George Floyd siendo torturado, asfixiado por un agente de policía blanco, no va a poder seguir viendo a la policía del mismo modo, incluso si no eres negro, incluso si no eres alguien activista, no puedes ver eso y decir ‘oh, está bien, sigamos adelante’. Esto lo cambia todo, y no sabemos cómo, hasta que un movimiento antirracista se manifiesta como ahora lo está haciendo con gente negra y blanca movilizándose junta para demandar que las vidas negras y las vidas migrantes importan”, afirma Amiss, que también forma parte del movimiento #PapersForAll.

Las palabras de la británica encuentran eco en francés. Anzoumane Sissoko, histórico portavoz de los sans papiers (sin papeles) de París está viviendo tiempos emocionantes. Movilizaciones que, confiesa, no veía desde que en 1996 el movimiento de los sin papeles ocupase iglesias y oficinas estatales en su lucha por la regularización. “George Floyd ha llegado en este momento para ser una gota de agua que desborda el vaso. Hay demasiadas muertes por la policía francesa o estadounidense. Su caso es lo que ha acentuado la movilización en torno a Adama Traoré”.

Cuando hablamos con Sissoko, faltan un par de días para la gran manifestación de sans papiers del 20 de junio. Una marcha que se integra en una campaña internacional por la regularización. A ella acudirán también los gilet noir —cuya ocupación del Panteón, el pasado verano, trajo de vuelta las tácticas de los sans papier una década atrás—, y los colectivos antirracistas. “Se trata del mismo sujeto político, porque la cuestión de los sin papeles y la cuestión de la lucha contra el racismo y la discriminación van siempre juntos, son dos cuestiones políticas que no pueden pensarse por separado”, explica.

A diferencia de lo que le pasó a Traoré, muerto en 2016 bajo custodia policial, Claudia Simoes sigue viva. Pero su nombre también aparece en las pancartas. Nos hemos ido lejos, a la cara oeste de la península ibérica. Sin embargo, hay sentimientos e iras que acercan. El vídeo de la detención de Simoes también recorrió las redes sociales activando la indignación: un policía agredió brutalmente a esta mujer negra de cuarenta años. Ella acababa de discutir con un conductor de autobús porque su hija de ocho años, que fue testigo de cómo la golpeaban, se había olvidado el pase del bus. Sucedió en enero.

“La elección de tres diputadas negras para el Parlamento portugués vino a redefinir la presencia del sujeto político negro. Y demostrar que las personas racializadas no son sujetos pasivos y están aquí para disputar el espacio político”

El caso lo explica por correo electrónico la Asociación de Mujeres Negras, Africanas y Afrodescendientes en Portugal (FEMAFRO), una de las muchas organizaciones de mujeres negras que se han creado en el país vecino en los últimos años. Las mujeres negras, nos explican, son un sujeto político emergente y al mismo tiempo cuenta con una larga trayectoria. “Somos muchas, diferentes y continuaremos resistiendo, la elección de tres diputadas negras para el Parlamento vino a redefinir la presencia del sujeto político negro. Y demostrar que las personas racializadas no son sujetos pasivos y están aquí para disputar el espacio político”.

Una de estas diputadas es Beatriz Gomes Dias. Proveniente de los movimientos sociales, ha optado por luchar en dos espacios, el activista y el institucional, como diputada del Bloco de Esquerda. Por teléfono desde Lisboa, Dias da cuenta de la actividad antirracista fuera y dentro del Congreso. Afuera son muchas y muchos, cada vez más. Adentro forma parte de un partido pequeño al que le reconoce un impacto limitado.

“Llevamos años organizando manifestaciones. Hemos conseguido colocar el antirracismo en la agenda mediática y en la agenda política. Y ahora estamos consiguiendo movilizar a sectores que antes no habían sido movilizados, para un combate inequívoco al racismo y la discriminación racial”, afirma esta profesora nacida en Senegal. Si las protestas son globales, afirma Gomes Dias, es porque hay una toma de conciencia. “La explotación capitalista que se sustenta en la discriminación racial está siendo combatida en diferentes partes del mundo”.

TRABAJADORES O SERES HUMANOS

Contra las cadenas de distribución que pagan miserias por los productos agrarios y un capitalismo extractivista que impide a los agricultores sobrevivir, generando circuitos de explotación ilegales que consumen la vida de miles de migrantes, clama Yvan Sagnet. Este camerunés, que llegó a Italia hace dos décadas para estudiar en la universidad, descubrió un mundo muy distinto cuando, tras perder su beca, decidió ir al sur a hacer la temporada. Tardó una semana en organizar la primera huelga.

“El caporalato es un régimen de esclavitud”. Fue esto lo que concluyó entonces, cuando vio la situación laboral, los salarios ridículos, la arbitrariedad absoluta, y el desempoderamiento total de quienes trabajan en el campo. Rehenes de un sistema ilegal que aprovecha su vulnerabilidad para traficar con estos trabajadores. “Es la esclavitud de nuestros tiempos”, reitera por teléfono desde un tren italiano. Para combatirla, Sagnet fundó la organización Nocap.

De vencer al caporalato hablaba la ministra italiana de agricultura, de familia jornalera, cuando se emocionó el pasado 14 de mayo, durante la presentación del Decreto Rilancia, por el que se aprobaba un proceso parcial de regularización centrado en sectores laborales como el del campo o los cuidados. Como muchas otras organizaciones, Nocap ve problemáticos los límites de esta medida y puja por modificaciones. Que se amplíe, es mucha la gente que queda afuera. Que se evite la necesidad de pagar para acceder al proceso, y sobre todo, que se desligue de los perfiles laborales. “El decreto no es lo que nos hubiera gustado porque es utilitarista, nos hubiese gustado una regularización más amplia de las personas, en base a los derechos humanos, no a su utilidad para el sistema”, afirma Sagnet.

Del otro lado de la frontera, tras tantos años de luchar por la regularización, a Sissoko le alarman ciertas narrativas en Francia que abrazan la lógica impugnada por Sagnet: cree que con el confinamiento mucha población blanca ha visto la centralidad de los trabajos —cuidadoras, cajeras, jornaleras, limpiadoras— que las personas migrantes desempeñan en el país. Y que es desde esa óptica, de la mirada de estas personas como trabajadoras, de donde emerge el apoyo a un eventual proceso de regularización.

“Ha habido una toma de conciencia de la población francesa para pedir la regularización de, entre comillas, el trabajador sin papeles. Pero nosotros estamos por la regularización de las personas, no por la regularización de brazos”

“Ha habido una toma de conciencia de la población para pedir la regularización de, entre comillas, el trabajador sin papeles. Lo que se dice actualmente en Francia por parte de muchos sindicatos y organizaciones tiene que ver con esto. Pero nosotros estamos por la regularización de las personas, no por la regularización de brazos”, alerta.

El celebrado decreto portugués no contemplaba explícitamente la cuestión laboral, sin embargo, lamenta Gomes Dias, “no es un proceso de regularización, es un proceso extraordinario de equiparación temporal entre quienes iniciaron su proceso de regularización y quienes ya tenían su situación regularizada”. Residencias extraordinarias que se agotarán en octubre. Así la diputada saluda que el decreto permitiera el acceso a servicios públicos, a derechos fundamentales de quienes pudieron acogerse, “pero deja fuera a muchas personas que no tenían su proceso de regularización iniciado, personas que no pudieron dar inicio al proceso por no tener contratos, por estar en situación de informalidad profesional”. De nuevo, el trabajo como vía exclusiva para el reconocimiento de derechos.

TIEMPO DE ALIANZAS

Si bien Sagnet reconoce la centralidad de la lucha antirracista, este activista diferencia entre el antirracismo y la lucha por los derechos laborales. Instituciones como el caporalato, defiende, afectan también a las personas no racializadas. Para Sagnet la explotación capitalista trasciende la raza, y más allá de los distintos niveles de dominación que puedan sufrirse aboga por alianzas amplias “contra las estructuras que oprimen a la mayoría”, razona.

Para Crissie A. estas alianzas amplias ya se estarían dando en torno al antirracismo: en manifestaciones masivas donde confluyen personas blancas y negras, jóvenes y mayores. “Si no lo pedimos todo ahora, cuando tenemos algo de poder, los movimientos no conseguirán nada, intentarán debilitarnos, quebrantarnos para que otros actores nos digan qué es lo que queremos, qué es lo que deberíamos estar demandando. No lo aceptamos. No aceptamos a la policía diciéndonos cuando podemos marchar. Cuando nos manifestamos, nos manifestamos”.

“Si no lo pedimos todo ahora, cuando tenemos algo de poder, los movimientos no conseguirán nada, intentarán debilitarnos, quebrantarnos para que otros actores nos digan qué es lo que queremos”

Son fundamentales las voces de las mujeres negras, mujeres que han estado al frente históricamente del movimiento antirracista y antideportación, defiende esta activista: “Estemos donde estemos en el mundo, las mujeres racializadas, indígenas, trabajadoras sexuales, lesbianas, mujeres que siempre han estado a merced de otros, luchamos por poner nuestras realidades sobre la mesa. Por eso tenemos que asegurarnos de que nuestra voz es escuchada”.

Mujeres como Assa Traoré, la hermana de Adama, que lideran los colectivos de familias golpeadas por la brutalidad policial. Detrás de la enorme potencia de las manifestaciones que han sacudido Francia está la gran legitimidad del Comité Traoré, y los casi cuatro años de lucha para hacer justicia. Convocatorias que se nutren de la fuerza del antirracismo político “que denuncia el racismo sistémico y el vínculo con la historia colonial”, analiza Verveine Angeli desde París. “El terreno ya estaba preparado desde hace años”.

Angeli estima que las organizaciones antirracistas tradicionales, así como sindicatos o partidos de izquierda, han sido superados por la situación. Entre estos actores, los que “decidieron hace muchos años trabajar con estos nuevos colectivos antirracistas compuestos por personas activistas racializadas, pueden suponer un apoyo en sus reivindicaciones”. Esta es la apuesta de la Union syndicale Solidaires, espacio al que pertenece esta joven francesa, organización que también trabaja de la mano de los sans papiers de París en el movimiento #PapersforAll.

Para Angeli hay un terreno sobre el que podrían estarse afianzando nuevas alianzas. La experiencia de la violencia policial. “La fuerte represión que han enfrentado las manifestaciones sindicales y la de los chalecos amarillos ha ayudado a comprender los lazos que unen esta represión policial y aquella de la que son víctimas las personas racializadas en los barrios populares”.

Sobre los barrios populares, la diputada Gomes Dias tiene mucho que decir: “Las personas que viven en ciertos barrios son representadas como personas peligrosas que deben ser controladas y contenidas. Y la violencia policial es naturalizada en esos contextos”. Desde su partido Gomes Dias está planteando acciones legislativas para estudiar y transformar esta realidad. “Hay que tener una conversación sobre la forma en que la Policía interviene en esos territorios. Hay que rescatar una Policía de proximidad, que proteja a todas las personas”, afirma.

Repensar el lugar de la policía parece una de las principales conquistas de este estallido antirracista que ha captado todas las miradas. Principalmente en su foco de origen: Estados Unidos. El mismo presidente, pasó de un discurso beligerante, listo para responder “a los saqueos con tiroteos” y movilizar al ejército, a firmar disposiciones para aumentar el control sobre la acción policía. El lema defund the police, desfinanciar la policía, ha adquirido forma de agenda política.

Una agenda que, tras años de autoritarismo trumpiano, después de ver en prime time cómo la policía atacaba violentamente a manifestantes pacíficos para despejar el camino a un presidente solo comprometido con su continua performance propagandística, cada vez más estadounidenses pueden entender, valora Schmidt. La base de una alianza anti Trump, anti fascista y antirracista.

“Cuando hablamos de Black Lives Matter criticando el exceso de control policial, sabemos a qué se parecerá desmantelar o abolir la policía. Suena muy radical, como ¿eres anarquista o qué?. Pero sabemos cómo es, porque esa es la condición de muchos barrios blancos. Barrios que no tienen el aliento policial en su nuca, no hay patrullas todo el rato, deteniendo a su población. Sabemos que puede funcionar porque funciona en ciertos sectores de la sociedad bastante bien”.

“Parecería que tanto migrantes como habitantes de los barrios populares viven bajo arresto domiciliario”. Esta era la metáfora usada por la investigadora Chadia Arab, en una entrevista en El Salto el pasado mes de junio. Esta geógrafa marroquí hablaba desde París de la realidad de las temporera de la fresa de su país de origen en los campos de Huelva. En esos mismos días, antirracismo, movimiento de temporeras y temporeros migrantes, y campaña por la regularización agitaban una España que entraba en la nueva normalidad. Una manifestación más de un estallido que en medio mundo puja por definir hacia qué normalidad se avanzará tras la pandemia.

Temporeros
“Luchar contra las malas condiciones de trabajo de las personas migrantes es luchar contra el racismo”

La investigadora Chadia Arab lleva años documentando la situación de las temporeras marroquíes contratadas en origen. Esta geógrafa presenta su libro Señoras de la Fresa tras una temporada marcada por la crisis del covid-19 pero también por el movimiento por la regularización y las luchas antirracistas.

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6/7/2020 11:12

Este factor tiene mucha más importancia por su relevancia y por el alcance que pueda desarrollar de lo que se está informando. Viene de la desigualdad, la opresión, la impunidad y la injusticia... Es un desagravio muy profundo larvado durante demasiado tiempo y ha despertado... Si hay organización y solidaridad de clase puede hacer reventar las debilitadísimas costuras del decadente Imperio norteamericano.
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