Ocupación israelí
Palestina y el cierre de la esfera pública en las universidades estadounidenses

El miedo a significarse a favor de la causa palestina o a levantar la voz contra los crímenes de guerra que se están cometiendo en Gaza permea la vida intelectual en casi todos los campus de este país.
Javi Julio Palestina repor miriam
Manifestación entre Hendaia e Irun de apoyo a Palestina y pidiendo el boikot de las empresas que colaboran con Israel Javi Julio
13 dic 2023 06:00

La Universidad de California, San Diego (UCSD), donde trabajo ya desde hace casi 20 años, posee uno de los archivos de la Guerra Civil más grandes del mundo. Cada cierto tiempo la directora de la colección, Lynda Claassen, expone en el vestíbulo de la biblioteca los posters de la guerra civil o la impresionante colección de dibujos realizados por niños en campos de refugiados de la península ibérica. Entre los posters que escogió este año figura uno de mis favoritos, atribuido al artista catalán Pere Catalá-Pic. En él se puede ver a un campesino con unas sandalias de esparto aplastando una esvástica sobre el suelo empedrado de una calle de Barcelona. El póster se titula Axafem el Fascisme (aplastemos al fascismo), y constituía un llamado a la victoria del campesinado catalán sobre las fuerzas fascistas que lo asediaban. 

Cada vez que se exponen los posters o los dibujos de los niños, no puedo evitar preguntarme qué pensaran las personas que visitan la biblioteca cuando se encuentren con esos fragmentos de muestra historia pegados a las paredes. ¿Sabrán leer todo nuestro dolor en estas ruinas visuales arrojadas a sus pies por el ángel bejaminiano de la historia? ¿Podrán recordar como el propio filósofo alemán que todo documento de la civilización es a la misma vez un documento de barbarie?

Este año no he tenido que preguntármelo, porque el póster al que me acabo de referir ha sido objeto de una intensa controversia. La Liga Antidifamación (ADL por sus siglas en inglés) denunció a la universidad por promover un discurso anti-semita por desplegar esvásticas en la biblioteca. Varias organizaciones sionistas y particulares amenazaron también a la directora de la colección por promover un discurso de odio en la universidad. Cuando me lo contó no daba crédito, ¿Cómo se puede errar tanto en la lectura de un objeto artístico? ¿Qué sucede con ciertas organizaciones y personas sionistas que ni siquiera son capaces de interpretar y abrazar a quienes estuvieron en su misma trinchera y sufrieron el mismo destino que ellos durante la segunda guerra mundial?

Después de algunos días de acoso, Lynda Claassen decidió sacar este poster y otros en los que aparecían esvásticas o propaganda anti-nazi. Nadie la presionó, lo hizo motu proprio, por puro hastío. No obstante, al lado de los posters y dibujos de los niños que sufrieron bombardeos indiscriminados muy similares a los que sufren los niños palestinos hoy en la franja de Gaza, la dirección de la biblioteca ha colocado una declaración sobre “Contexto histórico y sensibilidad cultural en las colecciones”. En esta declaración preventiva se puede, por ejemplo, leer: “Reconocemos que esta exhibición incluye materiales que pueden ser problemáticos o discriminatorios, estamos pensando cómo enfrentar estas cuestiones, mientras tratamos de entender tanto el lugar histórico que se le debe atribuir a estos ítems como el impacto que pueda tener en la investigación académica”. Es alucinante, ¿qué ofensas o qué discriminación pueden promover niños indefensos en los campos de refugiados de ayer en España o en los de hoy de Gaza? ¿De qué son culpables los artistas anti-fascistas como Pere Catalá?

Este cierre sin precedentes de la esfera pública en las universidades estadounidenses es perversa porque confunde deliberadamente víctimas y victimarios, anti-sionismo y anti-semitismo o justicia y venganza

Considero esté episodio cómo el síntoma de una estructura paranoica y perversa que promueve un cierre sin precedentes de la esfera pública en las universidades estadounidenses. Digo perversa porque confunde deliberadamente víctimas y victimarios, anti-sionismo y anti-semitismo o  justicia  y venganza con el objetivo de prohibir cualquier discusión pública sobre el genocidio que el Estado de Israel está perpetrando en la franja de Gaza. Y paranoica porque persigue a cualquiera que pueda pensar algo que se aparte real o imaginariamente del apoyo rotundo a la máquina de guerra israelí.

El miedo a significarse —sí, significarse, esa vieja palabra del franquismo— a favor de la causa palestina o a levantar la voz contra los crímenes de guerra que se están cometiendo en Gaza, permea la vida intelectual en casi todos los campus de este país. Ni siquiera después de los atentados del 11 de septiembre hubo un cierre tan tajante de la esfera pública. En ese momento yo era estudiante de doctorado en la Universidad de Yale y recuerdo perfectamente lo difícil que fue salir a la calle a protestar contra la guerra de Afganistán: todo el que no estaba de acuerdo con la guerra apoyaba a Al Qaeda. Hubo acaloradas discusiones en los sindicatos y en las aulas, en las calles de New Haven éramos cuatro gatos con las primeras fotos de las víctimas de aquella guerra en nombre del petróleo, pero nunca se cerró la esfera pública como ahora y nunca sentí que el miedo circulara como circula ahora en las comunidades universitarias. 

La gente tiene miedo, porque ha visto como las fotos y los nombres de los miembros de la organización estudiantil Justice in Palestine (Justicia en Palestina) en Harvard o Yale aparece en grandes carteles fijados con sus datos personales sobre camiones de propaganda en las calles aledañas al campus o cómo algunos ejecutivos de Wall Street se comprometen a no contratar nunca a aquellos estudiantes relacionados con la organización Justice in Palestine. Todo el mundo ha visto también cómo la Universidad de Columbia ilegalizaba, al menos por este semestre, a la mencionada organización Justice in Palestine y a una organización judía, Jewish Voices for Peace, que protestan contra los bombardeos indiscriminados de civiles en Gaza. 

La gente tiene miedo, porque ha visto como las fotos y los nombres de los miembros de la organización estudiantil Justice in Palestine en Harvard o Yale aparece en grandes carteles fijados con sus datos personales

Nosotros mismos, en el Departamento de Literatura en el que trabajo, no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo, como en otras ocasiones, para escribir una carta de denuncia sobre lo que está sucediendo en Gaza. Yo mismo mientras escribo estas líneas me preguntó si voy a tener problemas por hacerlo y el solo hecho de que se me pase por la cabeza, aunque la posibilidad sea remota, ya es un síntoma en sí mismo de la disciplina y el control que se nos está tratando de imponer. 

Todo el mundo intuye que levantar la voz en este momento puede tener consecuencias profesionales inmediatas, como los periodistas del New York Times que fueron despedidos por firmar peticiones a favor de la causa palestina o simplemente por denunciar los crímenes de lesa humanidad en Gaza. Incluso tratar de historiar el ataque de Hamas sobre la población civil israelí en el contexto de la larga ocupación colonial es inmediatamente tildado de “anti-semitismo” o “discurso de odio”. 

La máquina de propaganda sionista no es nueva en nuestros campus, lleva décadas siendo aceitada y preparada para una situación como la que estamos viviendo. Existe, por ejemplo, una organización –Cannary Mission— que se dedica ya desde hace años a denunciar a profesores y estudiantes que han mostrado su apoyo al pueblo palestino. En su página web se pueden ver fichas —porque son fichas policiales— con las fotos y las actividades de estas personas. La diferencia es que ahora el Estado de Israel y los sionistas que lo apoyan incondicionalmente están movilizando todo su poder y todo su dinero para financiar un auténtico macartismo de nuevo cuño sionista. Todas las semanas hay anuncios pagados en el New York Times de organizaciones israelíes o pro israelíes donde se le agradece, por ejemplo, a los ejecutivos de las grandes compañías de este país (Wall Mart, Tesla, Amazon, Facebook etc.) por su apoyo incondicional al Estado de Israel.

No son pocos los ejecutivos de Wall Street o los filántropos y consejeros de las universidades más importantes del país los que han amenazado con suspender sus generosas contribuciones a las arcas de estas universidades, si la universidad no da muestras contundentes de apoyo al Estado de Israel. 

Yo mismo mientras escribo estas líneas me preguntó si voy a tener problemas por hacerlo y el solo hecho de que se me pase por la cabeza ya es un síntoma de la disciplina y el control que se nos está tratando de imponer

Vaya por delante que obviamente no se trata de ninguna conjura judeo-masónica ni de los viejos estereotipos anti-semitas sobre los judíos y el dinero. De hecho, hay que decir sin ambages que son muchas las organizaciones judías de este país como la citada Jewish Voices for Peace, muchos periodistas judíos como Amy Goodman, muchas rabinas y rabinos e, incluso, muchos judíos ortodoxos los que se han manifestado vehementemente en contra de lo que está haciendo Israel en la franja de Gaza. Por la misma razón, tampoco se puede generalizar y decir que son todos los judíos ni siquiera todos los judíos sionistas los que presionan con su dinero y su poder.

En San Diego, ejemplo, Irwing Jacobs, empresario judío fundador de la empresa Qualcom de microprocesadores para celulares y a la sazón uno de los mayores benefactores de la Universidad de California, San Diego, ha sido categórico en su defensa de la esfera pública universitaria. Cuando el periódico local le preguntó sobre los conflictos entre estudiantes pro palestinos y pro israelíes en nuestro campus afirmó con suma claridad: “Apoyo la libertad de expresión, mientras no haya amenazas de violencia, y no voy a dejar de dar dinero a la universidad, es algo que no me planteo”. 

Creo que estas declaraciones explican en parte la respuesta más matizada y menos represiva de mi universidad y, a la inversa, prueban porque los rectores de la Universidad de Pensilvania, Harvard o The Massachussets Institute of Tecnology (MIT) están sometidos a mucha más presión que algunos de sus pares en otras partes del país. En la Universidad de Pensilvania, por ejemplo, Marc Rowan, el billonario fundador de la firma de inversiones Apollo Global Management, lleva meses presionando a la rectora Liz Magill por su, en su opinión, incompetente respuesta frente a los atentados de Hamás en Israel y el antisemitismo rampante en el campus. Esta presión es pública y se basa en organizar a los otros consejeros delegados de la Universidad de Pensilvania y los más importantes filántropos que contribuyen con sus donaciones a esta institución. 

De fondo, una cortina de humo para tapar, de nuevo, algo mucho más perverso: la alianza entre el sionismo más duro y los sectores fundamentalistas cristianos blancos que apoyan a Trump

Este proceso inquisitorial ha llegado a su culmen con la destitución de la rectora Magill  tras su participación en una audiencia pública en el Congreso el pasado miércoles 6 de diciembre junto a sus colegas rectoras, Sally Kornbluth de MIT y Claudine Gay de Harvard. En la audiencia, la congresista trumpista Elise Stefanik les pregunta, en el estilo agresivo que caracteriza a esta facción del Partido Republicano, si condenarían o no a estudiantes que llamaran al genocidio de los judíos. La respuesta de las rectoras es, en general legalista e incluso un poco torpe. Se entiende que muchos judíos puedan indignarse escuchándolas, pero como ha explicado muy bien Michelle Goldberg, la audiencia misma era una trampa y la respuesta de las rectoras está sacada de contexto. Antes de hacer esta pregunta, la congresista Stefanik les había preguntado si revocarían la aceptación a un estudiante en sus campus si éste utilizara las expresiones “intifada” o “Desde el río hasta el mar Palestina será libre” (From the river to the sea, Palestine will be free”). Ahí las rectoras obviamente afirmaron que, aunque la expresión les parecía una aberración, no podrían rechazar a un estudiante por usarla. 

Sin embargo, todo este debate sobre si la expresión “desde el río hasta el mar, Palestina será libre” es un llamado al genocidio de los judíos o una denegación del derecho de Israel a existir es solo una cortina de humo para tapar, de nuevo, algo mucho más perverso: la alianza entre el sionismo más duro y los sectores fundamentalistas cristianos blancos que apoyan a Trump. Para empezar la Elise Stefanik es católica, republicana y trumpista.  Según informa el noticiero Democracy Now! Stefanik además armó su campaña en base el ideario supremacista blanco e incluso utilizó elementos de la “teoría del gran reemplazo” (la idea de que los judíos y las personas de color están reemplazando a los blancos en Estados Unidos) para armar su campaña electoral.  

Este es el “secreto abierto”: los sionistas que hoy defienden la segunda Nakba comparten con los republicanos trumpistas un mismo deseo de “limpiar” las universidades de su discurso crítico, de su capacidad de discutir y examinar sin cortapisas cualquier asunto público; saben que las universidades, a diferencia de los medios masivos, son uno de los pocos espacios de poder e influencia donde sus mentiras y manipulaciones son expuestas y cuestionadas. 

Este es el “secreto abierto”: los sionistas que hoy defienden la segunda Nakba comparten con los republicanos trumpistas un mismo deseo de “limpiar” las universidades de su discurso crítico

Por eso, mientras el pueblo palestino sigue siendo masacrado en la franja de Gaza y continúan las ocupaciones en Cisjordania, necesitan de nuestro silencio cómplice. Nos necesitan paralizados y sin palabras, pero no se dan cuenta que imponiéndonos este silencio, los sionistas mismos también están traicionando lo más profundo de su cultura, su identidad y su dolorosa historia tal y como se lo recordaba el gran filósofo argentino judío Leon Rozitchner en un texto enfáticamente titulado, “¿Podemos seguir siendo judíos?”: 

“Para hacer lo que hacen en Palestina los judíos que están en el poder deben mantener el secreto moral del origen de su derecho a una patria y prolongar allí los valores inhumanos de sus propios perseguidores milenarios. Ocultar, por ejemplo, que lo que comenzó con la Cruz cristiana terminó con la Shoá europea. Deben esconder la verdad sobre la experiencia histórica de su vida en Occidente. Debieron convertirse en cómplices de sus asesinos, no denunciarlos, ya no decir nunca más que el cristianismo y el capitalismo fueron sus exterminadores porque ahora ambos se habían convertido en su modelo y en sus aliados”.

Por lo mismo, haríamos bien recordándoles estas palabras a los anti-semitas de antaño vestidos hoy  con los nuevos ropajes sionistas de Vox o del PP, como si no fueran sus admirados antepasados los que mandaron a miles de españoles a morir en los campos de concentración nazis. 

El autor
Luis Martín-Cabrera es profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de California, San Diego y director de la colección de testimonios de la guerra civil y la dictadura franquista, The Spanish Civil War Memory Project.
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Acaido
15/12/2023 0:58

Resulta irónico que Israel con el ejército mejor armado del mundo se sienta amenazado por un país que no dispone ni siquiera de ejército, y cuyos habitantes se defienden a pedradas de los colonos invasores igualmente equipados con el más sofisticado armamento.
Dada la agresividad y auge del número de asentamientos de colonos israelíes en territorio palestino es fácil deducir que estamos asistiendo a una expulsión-aniquilacion-limpieza étnica, encubierta por occidente o el gran amo de la OTAN.

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