Hemedti y Abdel Fattah al-Burhan
Comandante paramilitar Hemedti y el Teniente General y jefe del Estado de Sudán Abdel Fattah al-Burhan

Sidecar
Tiroteos en Jartum

Los enfrentamientos desatados el pasado sábado en Sudán reflejan una compleja puja por el poder y los recursos entre el ejército del país, firmemente arraigado a la capital, y las Fuerzas de Apoyo Rápido, comandadas por Hemedti y surgidas al calor de las políticas de desestabilización del derrocado Omar El Bashir.
18 abr 2023 13:57

El 15 de abril comenzaron los enfrentamientos en Jartum, la capital de Sudán, entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), leales a Abdel Fattah al-Burhan, el general que dirige el consejo de gobierno del país, y las fuerzas paramilitares de su adjunto, Mohamed Hamdan Dagalo, también conocido como “Hemedti” (pequeño Mohamed), el pretendiente bonapartista al trono de Sudán. Al principio, las milicias de Hemedti, conocidas como FAR (Fuerzas de Apoyo Rápido), parecían tener ventaja. Se hicieron con el control de varias bases aéreas y se instalaron en las zonas residenciales de Jartum, augurando una difícil campaña de guerra urbana para Burhan. Sin embargo, cuando concluía el día 16, la superioridad armamentística de las SAF se hizo notar y los cazas ametrallaron los cuarteles de las RSF y desalojaron a la fuerza paramilitar de sus posiciones en la ciudad. Gran parte de la situación sigue siendo incierta, incluso para quienes están sobre el terreno. Todo lo que puedo decirte, me escribió un amigo, es de dónde viene el humo. A diferencia de lo que ocurrió durante el golpe de Estado de octubre de 2021, Internet sigue funcionando, aunque ello ha aportado poca claridad. Los hechos quedan ocultos por afirmaciones y desmentidos, todos ellos transmitidas a través de publicaciones en Facebook.

Lo que está claro es por qué estalló este enfrentamiento. Las tensiones entre ambas partes habían ido en aumento desde la firma de un acuerdo en diciembre de 2022, el llamado Acuerdo Marco, que se suponía allanaría el camino para la transición a un gobierno dirigido por civiles y la salida de la junta militar que gobernaba Sudán desde octubre de 2021. El acuerdo dio largas a todas las cuestiones difíciles, siendo el aspecto más relevante la elusión de la integración de las Fuerzas de Apoyo Rápido en el ejército, un proceso que Burhan desea que dure dos años y Hemedti, diez. El proceso político iniciado por el Acuerdo Marco tenía la rara particularidad de ser extremadamente vago y totalmente irrealista. Compromisos delicados que habrían tardado meses en alcanzarse se esperaban resueltos en cuestión de semanas, de acuerdo con un calendario creado en gran medida para consumo internacional. Estas exigencias aumentaron las tensiones latentes entre las dos partes, propiciando que las FAR creyeran que Egipto —que desde hace tiempo apoya al ejército sudanés— intervendría. Hemedti desplegó sus fuerzas junto a la base aérea de Merowe a principios del Ramadán, proporcionando el catalizador de los actuales enfrentamientos.

Para comprender las raíces de la lucha entre el ejército y las FAR hay que remontarse a la formación del Estado sudanés. La primera guerra civil de Sudán comenzó en 1955, el año anterior a su independencia del Imperio británico. Las luchas poscoloniales siguieron las líneas principales de la dominación colonial, lo cual implicaba la existencia de una élite concentrada en Jartum y sus ciudades satélite, dominada por unas pocas familias, que luchaba contra las periferias multiétnicas del país a las que explotaba en busca de mano de obra y recursos. A una guerra civil (1955-1972) siguió pronto otra (1983-2005). En la década de 1980, la crisis de la deuda colocó a Sudán próximo a la bancarrota y Jartum tuvo problemas para pagar a su ejército, mientras el conflicto continuaba en los márgenes del país, principalmente en el sur.

Los militares sudaneses dirigían empresas de construcción, los servicios mineros y los bancos, mientras que las FAR se hicieron con el control de las minas de oro y los lucrativos servicios de mercenarios

A partir de estos fundamentos poco prometedores, Omar al-Bashir, entonces brigadier del ejército que tomó el poder mediante un golpe de Estado en 1989, forjó una forma de gobierno duradera. En lugar de prestar servicios en las periferias, utilizó milicias para librar una contrainsurgencia chapucera, enfrentando a los numerosos grupos étnicos de Sudán. Privatizó el Estado, dividiéndolo en feudos gobernados por sus servicios de seguridad, que multiplicó y fragmentó para blindar su régimen. El ejército sudanés no tardó en competir con el Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (SNIS) para posteriormente enfrentarse a las FAR de Hemedti, por mencionar tan solo algunos de los órganos de seguridad. Cada una de estas fuerzas construyó su propio imperio económico. Los militares sudaneses dirigían empresas de construcción, los servicios mineros y los bancos, mientras que las FAR se hicieron con el control de las minas de oro y los lucrativos servicios de mercenarios.

Bashir selló un pacto fáustico con las ciudades de Sudán: aceptar el terror en los márgenes del país a cambio de productos baratos y subvenciones para el combustible y el trigo, cuya importación requería divisas obtenidas de la venta de los recursos producidos en las periferias. El petróleo había empezado a fluir en 1999, en gran parte desde el sur de Sudán. Los ingresos procedentes de su venta subvencionaban el consumo urbano y engrasaban los engranajes de una maquinaria transaccional cuyo centro ocupaba Bashir, actuando como apañador en jefe de una coalición poco manejable de servicios de seguridad y políticos. Si las periferias del país fueran capaces de controlar sus propios recursos, esta máquina se pararía inevitablemente. Así pues, sus intereses eran estructuralmente opuestos a los del centro, una relación de clase articulada como un antagonismo geográfico.

*

En 2003, cuando la guerra en el sur de Sudán tocaba a su fin, estalló una nueva guerra en Darfur. Bashir decidió repetir el truco que había utilizado en el sur —donde las milicias habían luchado contra una fuerza rebelde local— y armar a las comunidades árabes de Darfur para que lucharan contra rebeldes no árabes. Estas milicias, apodadas Janjaweed (los jinetes del mal), se convirtieron rápidamente en una fuerza de decenas de miles de personas que libró una guerra feroz contra los rebeldes y los civiles de Darfur. Esta fue la guerra que produciría a Hemedti. Comerciante de camellos de la pequeña tribu Mahariya de los árabes Rizeigat, que viven tanto en Chad como en Darfur, se convirtió en señor de la guerra, reuniendo rápidamente una fuerza de cuatrocientos hombres. En 2007, se convirtió brevemente en rebelde, pero sólo para aprovechar la violencia para obtener una mejor posición en el gobierno. Cinco años más tarde, cuando el control de Bashir sobre los Janjaweed se tambaleaba, Hemedti se presentó como el hombre que podía luchar contra las rebeliones de Sudán como jefe de la recién creada FAR, que absorbió a gran parte de los Janjaweed.

Hemedti se acercó a Bashir y se convirtió rápidamente en su ejecutor privilegiado. Sin embargo, mientras Hemedti infligía una serie de derrotas a los movimientos rebeldes de Darfur, el régimen de Bashir experimentaba dificultades

Hemedti se acercó a Bashir y se convirtió rápidamente en su ejecutor privilegiado. Se dice que Bashir se encariñó tanto con Hemedti que le llamaba cariñosamente “Himyati” (mi protector). Sin embargo, mientras Hemedti infligía una serie de derrotas a los movimientos rebeldes de Darfur, el régimen de Bashir experimentaba dificultades. En 2005, bajo presión internacional, el gobierno sudanés firmó un acuerdo de paz con los rebeldes del sur, que incluía la promesa de un referéndum de independencia de la región. En 2011, Sudán del Sur votó a favor de la secesión, privando a Jartum del 75 por 100 de sus ingresos procedentes del petróleo. Privada de su liquidez en dólares, la maquinaria transaccional de Bashir empezó a agarrotarse.

El régimen intentó diversificar su base económica vendiendo tierras a los países del Golfo e introduciéndose en la minería del oro. Hemedti abrió el camino. Utilizó su posición como jefe de las FAR para construir un imperio económico, fundando un holding denominado al-Jineid y haciéndose con la mina de oro más lucrativa de Sudán. Como todos los grandes empresarios de la violencia, Hemedti pronto amplió sus intereses: envió fuerzas de las FAR como mercenarias a luchar contra los houthis en Yemen a sueldo de los Emiratos. También se involucró en la organización del paso de migrantes en el Sahel: primero deteniendo a los migrantes que cruzaban el país (una empresa financiada en su día por la Unión Europea) y luego obligando a los mismos migrantes a comprar su libertad. En 2018, Hemedti dirigía un imperio empresarial que incluía el sector inmobiliario y la producción de acero, y había creado una red clientelar que rivalizaba con la de Bashir. Pocos en el centro estaban contentos. Tanto para la élite política de Jartum como para el ejército sudanés, Hemedti era un tosco usurpador procedente de las periferias. Aunque era árabe, no procedía de la estrecha camarilla de familias que habían gobernado Sudán durante mucho tiempo y su imperio económico constituía una amenaza directa para el dominio militar sudanés.

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A pesar de los esfuerzos de Bashir por encontrar fuentes alternativas de divisas, en 2018 la economía sudanesa se encontraba en una caída en picado terminal. Desesperado, el dictador recortó las subvenciones al trigo y al combustible, rompiendo su pacto con las ciudades sudanesas. Las protestas comenzaron en las periferias y se extendieron rápidamente por todo el país. La Asociación de Profesionales de Sudán (APS), una agrupación de sindicatos de cuello blanco, encabezó las protestas y pronto empezó a pedir la dimisión del dictador. En enero, se había unido a una coalición de partidos políticos de la oposición en una agrupación denominada Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FLC).

Las protestas en Jartum estaban organizadas por varios comités de resistencia y presentaban una atmósfera carnavalesca, mientras ofrecían ayuda mutua y asistencia sanitaria gratuita en lo que constituía un reproche explícito a la violencia y la represión del régimen. A medida que se intensificaba la revuelta, los partidarios de Bashir en el Golfo prevaricaban y los militares se sentían cada vez más incómodos. Una cosa era matar a gente en las periferias y otra muy distinta acribillar a la juventud urbana de Jartum, mucha de la cual procedía de las propias familias de los soldados. El 10 de abril de 2019, Bashir, presuntamente, dio la orden de abrir fuego contra la concentración. Hemedti afirma que rechazó esta orden y, al día siguiente, Bashir había dejado de ser presidente de Sudán.


*


Los servicios de seguridad esperaban que tras deponer a Bashir podrían conservar el control de sus propios imperios económicos. Por un momento, los soldados fueron los héroes y Hemedti encontró incluso cierto apoyo popular en Jartum, una ciudad que siempre le ha considerado un forastero. Pero fue sólo un momento. Los manifestantes querían un gobierno civil, no un nuevo dictador militar, y en lugar de dispersarse, organizaron una sentada frente al cuartel general militar de Jartum. Los servicios de seguridad jugaron con el tiempo y confiaron en el desgaste de los manifestantes, pero a medida que pasaban los meses, los militares se alarmaron, y las FAS y las FAR encontraron una causa común en la represión de los disturbios civiles.

A primera hora de la mañana del 3 de junio, los servicios de seguridad, incluida las FAR, intentaron disolver la concentración. Al final del día, en torno a doscientos manifestantes habían muerto y aproximadamente novecientos habían resultado heridos. No obstante, las protestas continuaron. El 30 de junio, trigésimo aniversario de la llegada de Bashir al poder, un millón de personas se manifestaron contra la junta militar. Sin embargo, los líderes políticos de la oposición estaban divididos sobre cómo proceder. Muchos comités de la resistencia pensaban que la masacre del 3 de junio había destruido la credibilidad del ejército y que había llegado el momento de preparar una huelga general para echarlo del poder. Pero la coalición civil denominada Fuerzas para la Libertad y el Cambio (FFC) inició negociaciones con el ejército, que estaba bajo presión de Estados Unidos y Gran Bretaña, a través de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, para que formara un gobierno de transición con civiles. El 1 de julio, la Asociación de Profesionales de Sudán anunció planes para dos semanas de protestas que desembocarían en una huelga general. Pocos días después, las FFC anunciaron un acuerdo verbal con los militares, y la APS cambió de rumbo.

Los acuerdos que finalmente se firmaron en agosto de 2019 llevaron a las FFC a un gobierno de transición con los militares, pero aplazaron las cuestiones cruciales que afectaban a Sudán, cuya resolución quedaba pospuesta a un futuro lejano. Las elecciones se celebrarían en 2022 y hasta entonces el país estaría gobernado por un consejo soberano compuesto por funcionarios militares y políticos civiles, con Burhan a la cabeza y Hemedti como su adjunto, supervisando un gabinete tecnocrático dirigido por el execonomista de la ONU Abdalla Hamdok.

Las Fuerzas de la Libertad y el Cambio veían obstaculizada su agenda interna por un estamento militar que, lejos de desmantelar el motor económico del antiguo régimen, estaba decidido a recoger sus migajas

Tardíamente, Occidente se interesó por la lucha de Sudán por la independencia. Lo que estaba en juego era el realineamiento regional —Sudán iba a normalizar sus relaciones con Israel— y la reforma de la economía nacional. Escuchar a los diplomáticos y funcionarios del Banco Mundial que invadieron los cafés con aire acondicionado de Jartum tras la revolución era retroceder a los tiempos del fin de la historia. En su opinión, de la austeridad y la eliminación de las subvenciones surgiría una utopía democrática. El gabinete de Hamdok fue uno de los primeros conversos a esta doctrina, aunque ello supusiera pasar por encima de los objetivos socioeconómicos de la revolución que había derrocado a Bashir. Al tomar posesión de su cargo, el primer ministro de Finanzas, Ibrahim Elbadawi —un antiguo alumno del Banco Mundial— anunció que el objetivo de la revolución era liberar al país de su crisis de deuda recortando los subsidios.

Muchas de las acciones de las FFC parecían diseñadas para seducir a una audiencia internacional, mientras la organización veía obstaculizada su agenda interna por un estamento militar que, lejos de desmantelar el motor económico del antiguo régimen, estaba decidido a recoger sus migajas. Las finanzas militares quedaron fuera de las competencias de la parte civil del gobierno y la reforma del sector de la seguridad nunca llegó a iniciarse. Hemedti siguió aumentando su poder militar y económico: las FAR reclutaban efectivos en todo el país y no sólo en Darfur, lo que propició que algunos de sus partidarios afirmaran que eran sus unidades paramilitares, y no las FAS, quienes que constituían las verdaderas fuerzas armadas de Sudán.

Hemedti también tomó la iniciativa en el trato con las periferias. El acuerdo de agosto de 2019 había marginado al Frente Revolucionario Sudanés, agrupación de muchos de los rebeldes armados activos en las periferias del país. Una vez más, el poder había sido acaparado por el centro. Por esta razón, algunos comandantes rebeldes veían a las FFC como la última iteración del dominio centralista de Jartum, y confiaban en que, si bien Hemedti les había infligido graves derrotas durante la década anterior, fuera alguien con quien pudieran hacer negocios. Aunque fue el gobierno civil el que tomó formalmente la iniciativa en las negociaciones posteriores con los rebeldes, Hemedti ejerció un control informal sobre el proceso. En octubre de 2020 se firmó un acuerdo entre el gobierno de transición y los rebeldes que les garantizaba puestos en el gobierno y prometía una mayor autonomía y descentralización política. Al final, practicamente ninguna de las medidas más ambiciosas del acuerdo se aplicó. Por el contrario, la integración de los rebeldes en el gobierno de Jartum permitió a Hemedti utilizar el manual de uso de Bashir, esto es, fragmentar las fuerzas de la oposición y enfrentarlas entre sí, contra sus rivales. A partir de octubre de 2020, Hemedti utilizó a los rebeldes para dividir el centro.

En ese momento, la frustración pública para con el gobierno de Hamdok iba en aumento, mientras algunos manifestantes pedían su dimisión y los militares aumentaban la presión. Los rebeldes, ahora incorporados al gobierno, organizaron protestas al estilo Potemkin ante el cuartel general militar, imitando las que habían provocado la caída de Bashir. Afirmaban que el gobierno de Hamdok había perdido el rumbo: sólo le interesaba el centro del país, no la justicia para Darfur ni cambiar las desigualdades geográficas que habían asolado Sudán durante tanto tiempo. Había mucho de cierto en esta retórica, pero bajo ella subyacía una motivación política diferente: desestabilizar el país y sentar las bases para un golpe de Estado.

*

Ese golpe, previsto desde hacía tiempo, sólo sorprendió a los apparatchiks del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que nunca imaginaron que los militares pudieran renunciar voluntariamente a la inversión internacional que se agotaría en caso de toma del poder. Burhan y Hemedti, a quienes se prometieron fondos del Golfo, no tuvieron esas dudas. El 25 de octubre, Burhan agradeció a Hamdok sus servicios y declaró el estado de emergencia. Los comentaristas internacionales lamentaron una temporada de golpes de Estado y situaron a Sudán en una variopinta alineación junto a Myanmar, Mali y Guinea. Pero, en realidad, el golpe de Sudán nunca iba a dar paso a una dictadura militar al estilo egipcio. A diferencia del régimen de Bashir, que había gobernado con la ayuda de los islamistas sudaneses, al menos durante la primera década, la junta de Burhan carecía de ideología y de una base social real. Su toma del poder fue en realidad una maniobra de negociación, diseñada para empujar a Hamdok de vuelta al gobierno con un gabinete debilitado, preservando al mismo tiempo la base de poder de los militares.

Hamdok regresó a su cargo un mes después del golpe, pero seis semanas más tarde dimitió en medio de continuas protestas callejeras. En octubre de 2022 estaba claro que el régimen militar se tambaleaba. El Golfo no había cumplido sus promesas financieras a la junta, la inflación y el hambre se disparaban y las manifestaciones públicas no cesaban. El golpe demostró que el antagonismo presente en el zócalo de la revolución sudanesa seguía intacto. Por un lado, estaba el consejo de seguridad de Bashir (sólo transformado nominalmente en ausencia del propio Bashir). Por otro, tras la marginación de las FFC, la población urbana de Sudán, comprometida con el gobierno civil y representada por los diversos comités de resistencia.

África
Transición sudanesa Sudán, la revolución que no cesa
La dimisión del primer ministro civil, Abdalla Hamdok, es el último episodio de la pugna entre quienes se levantaron en diciembre de 2018 y un ejército que no quiere renunciar al poder.

Para estadounidenses y británicos, los militares sudaneses no iban a ir a ninguna parte, por lo que el realismo exigía un nuevo gobierno de transición civil-militar. En círculos diplomáticos, Burhan no es considerado un islamista y, por lo tanto, es alguien a quien Occidente puede tolerar. Por su parte, la junta pensó que la mejor manera de preservar el golpe era ponerle fin y formar un nuevo gobierno de transición al que los militares podrían culpar posteriormente de los crecientes problemas económicos de Sudán. Este fue el trasfondo del Acuerdo Marco, firmado el 5 de diciembre de 2022, que reunió a determinados sectores de las FFC y a algunos de los partidos políticos sudaneses en un nuevo gobierno con los militares. Los funcionarios de la ONU y los diplomáticos occidentales expresaron su satisfacción, mientras que en todo Sudán el acuerdo fue recibido con protestas.

Una vez más, el acuerdo se negaba a afrontar los problemas más acuciantes del país. La dinámica del sector de la seguridad, el lugar de las FAR y el papel de los militares en el gobierno se dejaron para la Fase II, a la que se dio el plazo absurdamente corto de un mes. El acuerdo puso en primer plano a Hemedti, que se esforzó en criticar el golpe e intentó posicionarse más cerca de las FFC civiles. Esto preocupó a Egipto, que temía la marginación de las FAS, por lo que estableció un marco de negociación separado en El Cairo, que incluía a algunos de los grupos rebeldes que se habían unido al gobierno antes del golpe.

Tras la firma del Acuerdo Marco, la reforma de las fuerzas de seguridad era casi imposible de plantear, ya que los dos principales actores militares del país estaban cada vez más enfrentados

Con la firma del Acuerdo Marco, la oposición civil-militar que hasta entonces había dominado la política sudanesa se complicó considerablemente. Burhan y Hemedti empezaron a buscar apoyos tanto civiles como rebeldes, al tiempo que buscaban respaldos regionales. Ello significaba que la reforma de las fuerzas de seguridad era casi imposible de plantear, ya que los dos principales actores militares del país estaban cada vez más enfrentados: Egipto se alineaba con Burhan, mientras que Hemedti hacía negocios con el grupo ruso Wagner.

En marzo ya se habían iniciado provisionalmente los grupos de trabajo sobre las cuestiones más importantes que afectan al conflicto del país, incluido el lugar de las FAR dentro del ejército sudanés. El jefe de la misión de la ONU en Sudán, Volker Perthes, anunció al Consejo de Seguridad el 20 de marzo que se sentía “alentado por las escasas diferencias de fondo que siguen existiendo entre los principales actores”. Sin embargo, el resto de Sudán no estaba convencido de ello. Mis amigos que viven en Jartum pensaban que el conflicto entre Burhan y Hemedti era inevitable.

*

Y así fue. La lata, pateada por el camino durante tanto tiempo, chocó contra un muro. Burhan expulsó a los representantes de las FAR de una reunión sobre la reforma del sector de la seguridad, mientras estas empezaron a acumular fuerzas en los alrededores de Jartum, preparándose para los enfrentamientos. Los calendarios arbitrarios de los diplomáticos, que querían un gobierno para finales del Ramadán, intensificaron sin duda estas divisiones. Ahora, cuando los combates entran en su tercer día, hay pocas posibilidades de un alto el fuego en un futuro inmediato. La retórica de ambos es belicosa.

Para Hemedti, ésta es con toda probabilidad su primera y única oportunidad de gobernar. Si es derrotado y las FAR se disuelven en el ejército, su base de apoyo se erosionará y a ello le seguirá la disolución de su imperio económico. Para Burhan, respaldado por Egipto, quedan más opciones de negociación, pero no debe subestimarse la profundidad del rencor que siente el ejército contra el advenedizo darfurí. A pesar de la fuerza de las FAS —y del apoyo egipcio— es poco probable que sea una batalla fácil. Las FAR están incrustadas en las zonas civiles de Jartum y algunos de los combates más mortíferos ya se han producido en Darfur, en el territorio de Hemedti.

Sea cual fuere el desenlace del conflicto –y lo más probable es que se salde con una devastadora pérdida de vidas–, marcará una nueva era para Sudán. Las tres guerras civiles anteriores se libraron en la periferia y preservaron las relaciones de clase de corte geográfico asociadas a Bashir. En cambio, esta guerra civil —si es que llega a serlo— tiene lugar en Jartum y sus ciudades satélite. Hemedti, que saltó a la fama gracias a la política transaccional de Bashir y a su instrumentalización de las milicias, tiene ahora vida política propia. Su condición de forastero es un desafío al elitismo centralista de Sudán, que se manifiesta en las calles y los cielos de sus espacios urbanos.

Sidecar

Artículo original: Khartoum Gunshots, publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Ver más: Alex de Waal, ‘Exploiting Slavery’, NLR I/227.
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