Música electrónica
Con la electrónica a otra parte

La música lo tiene difícil en la situación actual, en tiempos de pandemia, y la electrónica, aún peor. Hablamos con varios artistas de la escena vasca sobre la evolución de este estilo musical y su inmediato futuro, sin festivales ni discotecas.
Alain-Klubba
Alain Elektronische, a los platos, en plena sesión Foto: Gorka Sanz
12 jul 2021 06:03

Un verano con vacunas y vacaciones, pero sin festivales. Pese a la relativa vuelta a la normalidad, el panorama se presenta complicado para la cultura en general y para la música en particular. Y, aquí, la electrónica lo va a tener especialmente difícil. Género históricamente denostado en Euskadi, durante los últimos años había logrado adquirir un estatus del que carecía en las anteriores décadas por culpa de los prejuicios y el desconocimiento. A nuestro cuerpo aún le cuesta aceptar los conciertos de rock y rap sentados, y con distancia de seguridad, pero con el techno y el dance la cosa se antoja imposible.

El 27 de mayo ClubbingSpain.com anunció su cierre. Una triste noticia. Tras más de veinte años como la web de referencia en la escena de club estatal, sus responsables se vieron abocados a tomar esta dramática decisión por culpa en gran parte del parón en el ocio nocturno. La ausencia de publicidad por las sesiones y festivales ha supuesto la puntilla para un proyecto prestigioso y asentado que fue evolucionando paralelamente a la industria musical con la que fue de la mano. ClubbingSpain contribuyó a que la electrónica eclosionara en los albores de internet, con Napster, Soulseek y Audiogalaxy a todo trapo. Su desaparición supone un punto de inflexión, aunque se podrá seguir visitando la web para consultar toda la información ya publicada y su legado pervivirá en otras publicaciones herederas.

Los motivos del cierre de esta web coinciden también con las quejas de Diego Maestre, gerente de la Sala Sonora de Erandio, una de las más grandes de Euskadi: el abandono total por parte de las instituciones hacia su sector. Sin Azkena Rock Festival, ni BBK Live, ni tampoco las principales fiestas patronales veraniegas, la cosa pinta mal.

Empieza a haber pequeñas citas, algún bolo gratuito organizado por los ayuntamientos o conciertos en grandes espacios como Euskalduna, BEC, Azkuna Zentroa o Tabakalera, pero con aforo reducido. “La mayoría de eventos que se pueden organizar actualmente son de capital público; el privado está atado de pies y manos, especialmente el pequeño”, critica Yeray Portillo, aka Radithor. Este DJ y productor sabe de lo que habla, ya que lleva mucho tiempo en la escena, pinchando, produciendo y editando a otros artistas con su sello independiente Eclectic Reactions. Durante la pandemia ha podido actuar en varios shows, pero solo uno privado: en la sala Mogambo de Trintxerpe, un local autogestionado. Todo un ejemplo de modelo de libertad a la hora de programar. Para Radithor, que ve inasumible continuar con el reciente modelo de los macrofestivales, ese debería ser el camino: “¿Podemos seguir permitiéndonos un Primavera Sound en 2022 con mil bandas, tres semanas de conciertos y entradas para un fin de semana más caras de lo que cuesta el alquiler de un piso en muchos lugares?”. Un sistema que conocemos bien en Euskadi, con la todopoderosa empresa promotora musical Last Tour fagocitando locales y grupos, mientras recibe parte de subvención pública.

“Este modelo es insostenible y quizá la pandemia provoque que cambie, pero los experimentos que se han realizado para comprobar si eran viables los eventos están pagados por esas mismas empresas”, protesta Alain Ballesteros, más conocido como Alain Elektronische, DJ, productor y técnico de sonido, entre otras muchas cosas. Son mundos totalmente diferentes, festivales gigantescos más pendientes del postureo y el consumo que de la música. “Esa industria de los grandes espectáculos va por un lado mientras la música y la cultura van por otro. La escena electrónica está mejor que nunca”, asegura Yeray. ¿Es esa afirmación cierta? Cojamos nuestro SEAT León tuneado, pongamos un cd de Laurent Garnier y rebobinemos dos décadas.

“La escena electrónica está mejor que nunca”, asegura Yeray
Essan
Essan actuando en su segunda casa, la sala Sonora Foto: Jesús Briñas

Flashback

Mucho ha cambiado el panorama desde que la música electrónica, makina, bakalao o ‘chunta’ fuera denostada por estos lares a comienzos de siglo. Eran los tiempos de las grandes discotecas y pubs en los pueblos de todo Euskadi: NON (Lemoa), Image (Berango), Columbus (Bilbao), Anaconda (Barakaldo), PK2 (Zalla), Circuito (Munguia), JazzBerri (Zumaia), Play (Hernani), Itzela (Oiartzun), Guass (Elgoibar)... Cuando chapaban, la fiesta seguía hasta altas horas de la mañana en after hours como Nyx (Górliz) o Zul (Saltacaballo, Cantabria). El bumping, trance y progressive retumbaban en todos estos garitos con cientos de chavales bailando sin parar, hasta que el ruido atronador de una bomba de ETA destruyó la mítica Txitxarro de Deba, el 10 de septiembre de 2000, que reabrió tres años más tarde. Aunque no fue el principal motivo del atentado, ciertos sectores de la izquierda abertzale no veían con buenos ojos este tipo de música, muy asociada a las drogas, como si en los gaztetxes no se consumiera.

La fiesta continuó, pero los hábitos culturales y de ocio fueron cambiando, al igual que las normativas de orden público, cada vez más duras. La mayoría de esos espacios estaban en la periferia de las ciudades y en polígonos industriales para evitar problemas de ruido y convivencia con los vecinos. La llegada del carnet por puntos en 2006 provocó que ya no fuera lo mismo salir de jaia con los colegas a esos templos hedonistas. Pillar taxi era más cómodo y seguro si ibas a tomar mucho alcohol y otras sustancias, pero renunciar al parkineo y las jaranas que allí se improvisaban era un alto precio a pagar, aunque se salvaran varias vidas. Poco a poco, muchas de esas discotecas fueron cerrando y surgieron otras, como Fever-Santana 27, en Bilbao, la mencionada Sonora o Dabadaba, en Donostia. No están en el centro, pero se puede ir en metro o a pata, lo que facilita mucho las cosas, aunque en ocasiones te encuentres con inesperados espectáculos en el vagón.

El público mayoritario ya no acudía en masa cada fin de semana a bailar electrónica y desfasar, pero la escena fue evolucionando y haciéndose más sofisticada. Tanto es así que en 2008, un viernes al mes, incluso llegó al Guggenheim con Art After Dark. Una cita selecta, dirigida a una audiencia más adulta y con menos ganas de tralla, que combina música, arte, cubatas e instagramers de diez de la noche a una de la madrugada.

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Radithor pinchando en abril en Azkuna Zentroa Foto: Mise-en-scène

Según se iba expulsando a la electrónica de discotecas y pubs, conquistados ahora por nuevas modas como el reggaeton, esta música lograba abrirse camino por otras vías alternativas. En Bilbao, el Club Le Larraskito lleva trece años apostando por la experimentación sonora y festivales como MEM o Zarata Fest han acogido sesiones y charlas “dedicadas a la música rara y disciplinas afines”, en sus propias palabras. Azkuna Zentroa también ha dado cabida a talleres y encuentros de arte sonoro con programas como Hotsetan, donde se puede ver a lo más granado de la escena local, como Oier Iruretagoiena, Myriam RZM y Aitor Etxebarria (El_Txef_A), junto a artistas de prestigio internacional, por ejemplo, Taku Sugimoto, Félicie Bazelaire y Leo Dupleix.

Con el paso del tiempo, la electrónica volvió a algunos espacios de manera puntual. En el verano de 2017 se llevó a cabo un proyecto de matinal en el monte Artxanda: Funi Sundays. Desgraciadamente la iniciativa fue suspendida dos meses después por las quejas vecinales. Paralelamente, también en Bilbao, hemos tenido Stereorocks, cada viernes en el Kafe Antzokia, y de vez en cuando el Kremlin, y nuevas salas como Muelle o Shake. Además, el citado Dabadaba, el colectivo Distopía Mutante y el festival Dantz de Donostia o el Mugako Festival de Vitoria-Gasteiz han contribuido a recuperar una escena que pese a carecer del tirón de la época dorada cuenta con una comunidad muy fiel, con ganas de escuchar buena música y pasarlo bien pero sin tantos excesos como antaño.

Las nuevas verbenas

En la actualidad hay más y mejores DJ y productores que nunca, pero faltan locales donde actuar. “Necesitamos espacios libres, convencer a los promotores para que apuesten por el kilómetro cero y acabar con los cachés estratosféricos que se pagaban antes por traer a estrellas de fuera”, afirma Yeray. Por su parte, Alain regentó durante un par de años Klubba, un pub en el centro de Bilbao dedicado totalmente a la escena electrónica, y sabe lo difícil que es sacar adelante un proyecto así en los tiempos que corren: “Es muy complicado profesionalizarlo, combinar la parte de hostelería y música para pagar las tarifas que se merecen los artistas".

FUNkAYON, alter ego de Javi Cayón y propietario de Baffle DJs, una escuela de producción de música electrónica, coincide con sus compañeros: “Es casi imposible, porque ahora mismo no hay sitios para algo pequeño o mediano, necesitamos una clase media”. Antes un pinchadiscos podía sobrevivir con bolos por muchos garitos, igual que una ardilla podía cruzar España de árbol en árbol, pero todo eso pasó a mejor vida. El prototipo de DJ famoso, como David Guetta, Steve Aoki o el difunto Avicii, es una quimera, la versión comercial y superficial de una cultura auténtica que tiene que luchar contra el mangoneo y el mantra de “por amor al arte” para poder salir adelante con su pasión reconvertida en trabajo. “La mayoría de mis alumnos no vienen con grandes aspiraciones, sólo quieren aprender, pero algunos me dicen que quieren pinchar en Tomorrowland”, cuenta Javi. Se refiere al macrofestival de Bélgica, epicentro del pijerío y postureo frívolo que YouTube vende como la fiesta más chic del verano. Para llegar a esa supuesta cumbre, los artistas emergentes deberían foguearse antes actuando en pequeños clubs, pero la fama y el éxito parecen un camino fácil. ¿Dónde va en invierno esa gente que asiste a los festivales de verano? “A ese público no le gusta realmente la música, sólo va por la fiesta”, sentencia Yeray. “Son las nuevas verbenas del pueblo”, añade Javi. “¡Las verbenas capitalistas!”, remata Alain.

El futuro es ahora

Patricia Estivalles e Izaskun González representan esa savia nueva con los pies en el suelo. La primera es DJ residente en Sonora. Con el nombre artístico de Essan y sus contundentes sesiones techno ha sido una salvación en los últimos años para quienes andábamos huérfanos de sonidos oscuros. La segunda, con el alias de RRUCCULLA, se ha abierto un hueco a nivel internacional tras ganar un premio en el prestigioso concurso Villa de Bilbao de 2016. Su ecléctica combinación de influencias jazz y sonidos acuosos se acerca más a la música experimental que a la electrónica tradicional, lo que le ha llevado a actuar en varios festivales y hasta en el Museo Thyssen. ¿A qué se debe este cambio de paradigma?

“Ha aumentado el interés por la electrónica y se ha notado un apoyo inmenso por parte del público y por parte de las nuevas generaciones”, señala Patricia. “Han ido surgiendo subgéneros que han abierto caminos a nuevas formas de vivir el género en otros espacios y ambientes diferentes a lo que se conocía antes”, apunta Izaskun. La fusión siempre ha sido un rasgo inherente a la electrónica, pero gracias a internet y a las nuevas tecnologías esa hibridación se ha multiplicado exponencialmente, lo que ha dado lugar a tantas etiquetas que es fácil perderse en SoundCloud y Bandcamp, las principales webs donde los nuevos músicos suelen subir sus creaciones.

“Ha aumentado el interés por la electrónica y se nota un apoyo inmenso de las nuevas generaciones”, señala Essan
Rrucculla
Imagen del Bandcamp de Rrucculla Foto: Mikel González

Ahora empezamos a ver la luz al final del túnel, aunque sea en eventos pequeños y con restricciones. Por eso no sorprende que esté volviendo con fuerza la tercera pata que sustentaba la escena en los años 90 del siglo pasado y 2000 junto a discotecas y afters: las raves. Sin las dos primeras, por motivos sanitarios, la única alternativa real es regresar a las fiestas clandestinas al aire libre en playas y montes. De esta forma, parece que la música está abocada a retroceder al circuito minoritario, si es que alguna vez salió de ahí, como reconoce RRUCCULLA: “Fuera de los grandes festivales, diría que aquí la electrónica siempre ha sido underground, pero irán surgiendo encuentros montados por aficionados o gente del rollo”.

“Fuera de los grandes festivales, aquí la música electrónica siempre ha sido underground”, reconoce RRUCCULLA

Quizá ese sea el futuro que le espera a la electrónica. Con unos festivales mastodónticos más interesados en captar consumidores a quienes exprimir hasta el último céntimo, con birra mala a ocho pavos y merchandising de usar y tirar, que en atraer a auténticos seguidores de la música, puede que vuelvan a surgir pequeñas iniciativas independientes. Propuestas diferentes con buena programación y atentas a las nuevas tendencias cercanas, alejadas de las ofertas más comerciales. Eso supondrá renunciar a un público masivo que actualmente prefiere otros estilos musicales, como el trap, y un modo diferente de salir de fiesta.

Toca volver a los gaztetxes, a los espacios culturales autogestionados y a las raves a bailar techno hasta el amanecer. Regresar a la base, a los sótanos oscuros, a lugares prohibidos, a sitios ocultos y a edificios industriales abandonados, como si estuviéramos en Berlín. En definitiva, al underground en el sentido literal. Y que eso conviva con el terreno logrado en museos e instituciones públicas, aunque allí no sea posible desmelenarse ni sudar a 150 BPM. Hay que retornar a los orígenes para que los cimientos de la escena electrónica se asienten y emerja de nuevo con fuerza.

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FUNkAYON, en Bilbao Foto: Endika Real de Asua
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