Artes escénicas
María Goiricelaya: “El dolor es universal y mi objetivo es llegar a una especie de verdad compartida”

La directora bilbaína estrena este fin de semana en el Teatro Arriaga una nueva obra basada en el caso Altsasu
María-Goiricelaya-dramaturga
María Goiricelaya, escritora y directora teatral María Aneiros
29 oct 2021 08:00

La dramaturga bilbaína María Goiricelaya vuelve este fin de semana al Teatro Arriaga con una obra sobre el caso Altsasu. La concepción de las artes escénicas como herramienta de transformación social, seña de identidad con la que la autora ya firmó otros montajes como El patio de mi casa, está muy presente también en Altsasu. El espectáculo narra los sucesos acontecidos en 2016 en Altsasu cuando, tras una pelea nocturna en un bar, ocho jóvenes resultaron condenados por las agresiones a dos agentes de la Guardia Civil.

Tan solo unas horas antes del pase inaugural en euskera, que tuvo lugar ayer, Goiricelaya se mostraba “nerviosa, pero a la vez muy contenta y con muchas ganas de conocer la respuesta del público”. La obra vuelve a representarse en el Teatro Arriaga esta noche, en euskera, y el sábado y domingo, en su versión en castellano. Ambas funciones con la clara voluntad de “remover algo dentro de cada una de las personas que asistan”.

Has hecho un trabajo de investigación muy largo para crear Altsasu, ¿cuánto hay de documental y cuanto de ficción en el resultado final?
Es muy documental, pero sí que es verdad que hay una gran parte ficcionada para poder adaptar la historia al espacio escénico y al lenguaje teatral. He trabajado muy en profundidad con el sumario y con la transcripción oral del juicio. Es imposible condensar todo eso en un espectáculo. Y, además, esas 350 páginas no recogen muchas cosas que son importantes a nivel humano para mostrar los sentires y los dolores de todas las partes implicadas, así que hemos optado por imaginárnoslas. Es el caso, por ejemplo, de las conversaciones que han tenido los chavales en la cárcel, cómo han sido las visitas de los padres o las historias de los dos guardias civiles con sus parejas.

¿Por qué decidiste no hablar directamente con las partes implicadas?
Había dos opciones para tener un proceso tranquilo, honesto y limpio: o hablar con ambas partes o no hablar con ninguna. Y opté por ponerme en contacto directamente con la Plataforma de apoyo a los jóvenes de Altsasu. Solo he tenido contacto de forma puntual con una de las madres, que me envió la transcripción del proceso. La verdad es que no me apeteció forzar encuentros con ellos ni ir hasta la cárcel. En el espectáculo he intentado acercarme de forma empática a ambas partes, pero decidí no centrar la obra en la cuestión ideológica y política, sino en poner a la justicia en el centro y ver qué es lo que pasa cuando en un Estado democrático de repente el sistema no funciona como, según su esencia, debería hacerlo.

Entiendo que el resultado es un texto bastante crítico con el sistema judicial.
Si tú buscas la palabra justicia en el diccionario o los derechos que tenemos, eso significa algo, pero de repente ocurre un caso como este, todo se desproporciona y te preguntas ¿Qué ha pasado aquí? Entonces, no es que yo sea crítica con el sistema judicial, pero considero que estamos ante un caso muy llamativo y que ha llevado a miles de personas a salir a las calles. La justicia funciona muy bien en otros ámbitos, pero en este caso creo que ha habido un error al trabajar con los sucesos y una desproporción en la condena final.

Ya en El patio de mi casa, tu anterior obra, hablabas de cerrar heridas, una idea que parece central en todos tus trabajos.
Siento que la sangre pesa y creo que todavía no somos capaces de juntarnos y hablar de ciertos temas. Altsasu es una sacudida para el espectador frente a dos realidades que están enfrentadas y son irreconciliables, pero es así como tiene que ser. Me hablan de neutralidad y eso no existe. Lo que es universal es el dolor y el objetivo es tratar de conseguir llegar a una especie de verdad compartida. Y creo que, desde ese punto de vista, el espectador puede sentirse interpelado y encontrar en el espectáculo algo que le empuje a hablar y a debatir sobre qué es lo que ha pasado y qué es lo que podemos hacer para que la sociedad sea un poco mejor.

“La sangre pesa y todavía no somos capaces de juntarnos y hablar de ciertos temas.”

¿Siempre has tenido esta concepción del teatro como herramienta de transformación social?
Siempre. Todos los temas que he tratado desde que comencé ha dirigir son de gran calado social. Liceum hablaba del primer club feminista, Ocaña, de las libertades en torno a los derechos LGTB, El patio de mi casa, del conflicto vasco, Madre coraje, de las guerras… Ese punto social es lo que a mí me interesa. Estoy a favor de las artes escénicas como entretenimiento y las disfruto mucho, pero no es lo que quiero desarrollar como creadora.

¿Por qué representáis Altsasu también en castellano y no solo en euskera?
Desde nuestra compañía, La dramática errante, tenemos tres ejes: el apoyo absoluto a la mujer, porque necesitamos espacios para crear, la normalización del euskera, porque vivimos donde vivimos y amamos nuestros dos idiomas, y el compromiso con la difusión de temas con impacto social. Siempre optamos porque los espectáculos se hagan tanto en euskera como en castellano, porque queremos que se vean aquí en nuestra lengua, pero también que lleguen a quienes viven aquí, y no hablan euskera, y también a muchas otras personas cuando salimos de nuestras fronteras.

¿Cuánto se complica el proceso productivo?
Muchísimo. Aunque el espectáculo es el mismo, porque es una réplica, para el equipo es como si fueran dos. Los tiempos en euskera son otros, la forma de construir las frases es diferente… A nivel mental no es una simple traducción simultánea, porque las traducciones no son literales y aunque no lo parezcan cambian muchas cosas. Para los actores es un gran reto y nosotras les agradecemos mucho el esfuerzo porque estamos convencidas de que es realmente necesario hacerlo así.

“Cuando pienso en directoras de teatro vascas aún me sorprendo al contarlas con los dedos de una mano.”

Hablabas de la importancia de que las mujeres tengan espacios para crear y difundir sus obras. Ahora que parece haber un más interés por las voces femeninas en los libros o en el cine, ¿está aumentando también la presencia de dramaturgas y directoras teatrales?
Las mujeres somos sobre el 20% en cuanto a la escritura de textos teatrales y alrededor del 30% en cuanto a la dirección. ¿Se están dando pasos? Sí, cada vez tenemos más presencia, pero desde luego no la suficiente. Yo misma, cuando pienso en directoras vascas, me sorprendo cuando me descubro que las cuento con los dedos de una mano. Somos poquísimas y además siempre estamos en esta parte más underground del sector. Y esto es algo que me da una rabia profunda porque nuestros trabajos no tienen la misma visibilidad.

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